Tras el cónclave comicial americano la fumata podía ser blanca o negra, en el Vaticano no sería válida, pero sí en EE. UU. Una mujer presidenta podría dar un respiro a este maltrecho mundo, si la fumata hubiera sido blanca, no fue posible. La alternativa, un hombre de maneras mostrencas, surgió tras la fumata negra. La suerte está echada. El mostrenco ganó el voto electoral, el voto popular, el Senado, el Congreso y dispone de un Tribunal Supremo a medida. Los contrapesos de la democracia corren peligro.
El Partido Demócrata ha perdido y brotó el partido trumpista sustituyendo al Partido Republicano, no nos engañemos. Hasta llegar aquí, los momentos fueron de incertidumbre, ansión, desconcierto, miedo y, al final, fumata negra. Trump gana, los republicanos se inmolan y el mundo pierde. Tenemos presidente: habemus praeses.
Tras cientos de años, sufrimientos y sacrificio de seres inteligentes, se construyó el mundo que habitamos: Democracia, Leyes, reconocimiento de derechos y deberes, la Declaración Universal de Derechos Humanos, todo aquello propició la civilización occidental, y entramos al siglo XXI llenos de esperanza. Parafraseando un pasaje bíblico, dijo Jesucristo: "no he venido a derogar la ley y las enseñanzas de los antiguos", a la vez que añadía la importancia del respeto de aquellas. ¿Es Trump el anticristo de la democracia?
Dos naciones, las que sucedieron a los imperios, marcaban la pauta para bien o para mal, propusieron un orden internacional, una representando al capitalismo y la otra al comunismo. La desconfianza entre sus líderes equilibraban esas fuerzas, se contrarrestaban y les obligaba a la prudencia. Crearon o reforzaron instituciones que evitaran el enfrentamiento abierto y directo; en lo militar, el Pacto de Varsovia frente a la OTAN; utopías como la ONU, hoy de cartón piedra; tribunales internacionales que, aún carentes de potestad, su decorado sugería cierta autoridad y respeto.
Eran tiempos complejos, habitados por filósofos, artistas, científicos, y toda una pléyade de personajes con ansias de transformar el mundo, también políticos con sentido de Estado planetario: Olof Palme, Isaac Rabin, Gorbachov, Obama, Mandela, Simone Veil; los padres de la construcción europea: Alcide, Adenauer, Monnet… Todos tenían una visión clara de lo que nuestro mundo necesitaba.
Ahora, aquella pléyade es sustituida por una pandilla de abyectos que ocupan el poder y exhiben su ineptitud sin pudor; mienten con una desfachatez vergonzosa. "Hay todo un linaje de ineptos arrogantes", escribe Antonio Scurati para referirse a algunos escritores; hoy, esa afirmación se aplica mejor a ciertos políticos. No existe respeto, la falacia y el populismo campan en los recintos sagrados de la Democracia gracias a estos mesías del siglo XXI. Pretenden destruir aquella obra de los viejos líderes, que construían caminos para transitar seguros; otros usando la democracia como coartad, ansían revivir y emular a ciertos monstruos del pasado: Hitler, Stalin, Mussolini, Mao…
Esos sujetos de vida execrable se apoyan en individuos de mente obtusa y, frecuentemente, en estómagos agradecidos que no dudan en usar la violencia. Para ellos, los derechos y valores humanos se han convertido en una filfa, solo quieren prebendas y poder. Al pasar de un mundo bipolar a uno poliédrico, la debilidad de Occidente ha animado a los Putin, Xi, Netanyahu… Levantan muros e incorporan a segundones: Lukashenko, Bukele, Maduro, tontos útiles que producen dolor. ¿Qué papel desempeñarán líderes como Modi, de pensamiento nacionalista, o Lula de Brasil?
La fuerza de Occidente se apaga y nacen clubes como los BRICS+, amalgamados, desprecian la ética que conocemos. Renace Trump y se suma al caos, este ser mefítico, amante de los escenarios dorados como Mussolini, que envenena la sangre de sus seguidores con mentiras. Si fuera el presidente de un país pequeño el temor sería menor, pero hablamos de Estados Unidos. ¿Doblarán las campanas por el planeta? Ni tiene la moral necesaria, ni parece que le interese unificar a Occidente en esta nueva etapa. Trump, rey del egocentrismo, solo se ama a sí mismo, dudo, incluso, que le preocupe EE. UU. y, por supuesto, la Democracia liberal; y los nombres que baraja para su mandato también provocan alarma. Es la ocasión para que la Unión Europea y Occidente salgan de su modorra ante lo que se avecina.
Un EE. UU. trumpista afronta un Oriente Medio convertido en un infierno, donde el lucifer Netanyahu ha copiado al otrora su enemigo, Hitler, practicando una política de tierra quemada, masacrando a palestinos y libaneses. Parece que la aprensión los ha llevado a una nueva Shoah, pero ahora ellos son los verdugos, y no les importa si por su causa el resto del mundo se enzarza en un conflicto: ¿Les dejará hacer Trump? Ucrania puede quedar huérfana, pues Trump es amigo de Putin, o eso dice. Acabará con las guerras, presume… Miedo da el rey de las mentiras.
Añadimos que el Imperio austrohúngaro quiere resucitar de la mano de la ultraderecha, bajo la tutela de Rusia y la atenta mirada de China, con los monaguillos Lukashenko y Orbán. Pareciera que una mutación genética hubiera transformado a los regidores en mesías, personajes cuyo advenimiento provoca una confianza inmotivada y desmedida. No hay seguidores, únicamente son, como bien define nuestro idioma, prosélitos, adeptos incondicionales, en definitiva, masas de zotes con cerebro romo. Podemos concluir que tanto los regímenes teocráticos como los imperialismos nostálgicos y los nuevos populistas como Trump solo traen desorden, dolor, miseria y "su ley". ¿Tenemos un nuevo praeses o se incorpora otro dictator a la lista? Tiempo al tiempo.
Tenemos la percepción de que entramos en una nueva era. Nuevas industrias, como las TIC y sus oportunistas gestores y propietarios, con nuevos sistemas o formas de trabajo; florecen causas de color populista que desplazan sin respeto a las tradicionales; nuevas formas de relacionarse en sociedad. El mundo entra en un túnel que se nos antoja largo y oscuro.