«Anoche mientras estaba tumbada soñando con días y lugares pasados, mi mente se puso a vagar y a Irlanda voló» reza una popular canción irlandesa, perfecta para celebrar este lunes el día de San Patricio. Últimamente mis lecturas siempre me llevan hasta la isla Esmeralda: la semana pasada acabé escuchando esta tonada y volví allí a través de viejos recuerdos. Uno de ellos me hizo reflexionar.
Hace más años de los que quiero contar hice un curso en la Universidad de Cork sobre historia y literatura irlandesa. En cuanto lo vi, me lancé encantada a ello pero, unos días antes de empezar, me pregunté que tipo de personas harían estos cursos. Me imaginé estudiantes de doctorado, investigando para sus estudios o jubilados, disfrutando del tiempo libre. La realidad era que la mayoría eran estudiantes universitarios americanos con raíces irlandesas que querían descubrir la tierra y cultura de sus ancestros.
Mis compañeros eran encantadores, con algunos de ellos aún mantengo relación, con recursos y estudiantes de universidades de reconocido prestigio. Sin embargo, a la hora de la verdad, no eran capaces de hacer las conexiones más básicas ni sacar conclusiones sobre los temas abordados, dado que les faltaba el bagaje de una historia común y acusaban fuertemente la diferencia cultural. Iban armados con sus portátiles y su café para llevar, mientras que yo, con mi cuaderno y estuche, pensaba en las películas americanas. Empezamos por los romanos y, para mi sorpresa, cada elemento del que hablaba el profesor tenían que buscarlo en el ordenador, porque no habían vivido con ello desde pequeños, como nos pasa a nosotros. Pese a las horas que dedicaban al estudio, nadie parecía saber la respuesta a las preguntas y el profesor acabó me preguntándome a mí directamente. En las salidas culturales tampoco distinguían el estilo de los edificios con los que nosotros convivimos en el día a día.
La impresión de Europa se quedó grabada en mi mente, pues fue más que evidente la importancia del pasado compartido. Hemos vivido sucesos históricos, nos hemos invadido los unos a los otros, tenemos tradiciones paralelas en muchos lugares y hemos evolucionado juntos artísticamente, aunque con matices regionales. Europa, aunque en los últimos tiempos haya habido momentos en que nos hayamos cuestionado su utilidad, es real. Es nuestro pasado y debería ser nuestro futuro. Una Europa fuerte, con objetivos claros y un liderazgo real, que afiance los vínculos, respete las diferencias y sepa caminar hacia un futuro incierto con seguridad. Ahora, que parece que todo se derrumba, es el momento de unirse y llegar a acuerdos. De escuchar, dialogar, no dejarse avasallar y mantener la cordura en este tiempo de locos. De recordar que somos una comunidad desde que los celtas paseaban por los bosques o los griegos nos enseñaban a pensar.
Una de las cosas que más me admiran de los irlandeses es cómo han preservado su identidad a través de la música y la literatura. Quizá esto sea algo de lo que debamos asimilar. Por eso me despido con una canción castellana, que no dista tanto de la música irlandesa y, en este caso, no solo sirve para San Patricio, sino que lo podemos hacer en toda Europa. Y lo vamos a necesitar. A cortar el trébole, el trébole volad…