El título de esta última columna de la temporada bien podía ser el de una novela –best seller– fantástica, autobiográfica, utópica e incluso histórica. Sin embargo, es una sinopsis de lo que hoy es la ciudad de Ávila –novela realista–. Todo parte del debate sobre el estado de la ciudad del pasado pleno municipal donde solo al sr. alcalde –Chusma, coloquialmente– y a su grupo de concejales la ciudad les parece perfecta. Estoy un tanto harto de escuchar, año tras año y van lustros, en cualquier acto o evento público que Ávila tiene muchas posibilidades, pero estas no llegan y otras se escapan vertiginosamente. O se miente o no se saben aprovechar sus riquezas.
El alcalde se extrañó de que ningún ciudadano acudiera personalmente al salón de plenos para presenciar el debate. El motivo cae sobre su propio peso y es que Ávila se aleja de ser ciudad, para ir convirtiéndose en pueblo granítico y rudo. No es capital, sino aldea. Cinco años después de su llegada al sillón consistorial y al margen de los recortes y gastos inútiles («Si en Ávila estás», Rosa), Ávila no ha avanzado en ninguno de sus cinco pilares principales: densidad de población; impulso de los sectores económicos; gestión de servicios públicos (agua, energías, comunicaciones y movilidad); biodiversidad urbana y urbanismos regenerativo y resiliente.
El alcalde afeó a la oposición querer gobernar la ciudad hablando mal de ella y confundiendo el culo con las témporas lo que le lleva periódicamente a conductas equivocadas y actuaciones erróneas. A la visión radiante y rocambolesca del regidor se unieron unos enfoques y unas perspectivas desatinadamente planas por cada uno de los portavoces de los cuatro grupos municipales que no supieron poner ninguna propuestas novedosa, innovadora y factible. No conozco abulenses que hablen mal de su ciudad, cuestión distinta es que exijan que en Ávila se viva mejor y con más oportunidades.
Sin mayoría, con una moción de confianza a sus espaldas y otra a la espera (si no consigue su obsesiva subida de impuestos), el alcalde imploró –exigió– un pacto que tiene más de supervivencia política que de un plan para la inédita Ciudad de Chusma. Tras el verano, más si Dios quiere.