La casualidad ha querido que esta sea la última columna del año y casi la primera, aunque esta ya será pasado el mejor día de cada año que no es otro que el de Reyes. Con la edad me he hecho más de Melchor (dicen que antes de ser Rey, tuvo un duro aprendizaje en diversos oficios recibiendo siempre aplausos, incluso la política –ingrata– le tentó, pero prefirió ser Rey donde siente más el cariño. Es el mayor de los tres Magos y su sabiduría es tan abundante que hasta al fútbol llegan sus conocimientos). Cuando en la tarde-noche del domingo se asome al balcón del Ayuntamiento de Ávila, niños y mayores deberán estar atentos a sus mágicas palabras, quizás anuncie alguna sorpresa para una ciudad falta de ellas.
Hasta ese momento aún quedan las doce campanadas y tomar doce uvas sin atragantarse. Es inevitable que cada uno de nosotros evalúe el año que termina, sus experiencias buenas y no tan buenas. Sus logros y fracasos. Reflexionar sobre lo vivido y entender aquello que queremos continuar, mejorar o cambiar para el siguiente. Es lo que se conoce como el balance del año. Cada uno hará el suyo particular, mientras Ávila sigue presentando una cuenta de resultados que periódicamente reflejan pérdidas.
A pesar de las ingentes e intrascendentales obras –Europa rescue– la ciudad sigue estancada. Sigue sin llegar ese impulso serio en cuestiones fundamentales o mejor estratégicas. Cada año que termina los abulenses se ilusionan con que el año que viene se conseguirán, pero llegan estas mismas fechas y pasada la euforia inicial (no va más allá de Semana Santa) las cosas no se acaban de concluir.
Si tomamos el desarrollo urbano como un emprendimiento, se puede observar, calle por calle, polígono por polígono, zona por zona como el estancamiento de la capital se debe a la aplicación de políticas no claras y de escasos valores. Ávila no cuenta con partidos políticos, sino con grupos políticos donde la supervivencia de sus componentes, frente a la ideología es un deficiente manual de trabajo. La acción política que debe proporcionar ese impulso además se ve lastrada por la falta de capacidad, meritoriaje y unas marcadas prácticas clientelares, por lo que las políticas que se aplican benefician a pocos en desmerito de muchos.
La ciudad se mueve por nuevas ordenanzas que van a provocar cambios abruptos (zonificación, movilidad, impuestos, etc.) de escaso valor añadido, sin un plan base que oriente el devenir de una ciudad que carece de objetivos preestablecidos. En pocos meses volverán promesas y mensajes vanos en busca del voto abulense – elecciones autonómicas–. A punto de iniciar, ya, el primer cuarto del siglo XXI a Ávila le robaron sus sueños. Para todas las Administraciones es una ciudad invisible estancada en el medievo que solo puede brindar una vez y porque, por fin, termina el año. Es nochevieja.