David Ferrer

Club Diógenes

David Ferrer


Apoderado

11/01/2023

El pasado 28 de diciembre, mis redes sociales se llenaron de mensajes de enhorabuena y aliento, entre lo formal y comedido hasta lo entusiasta y festivo. ¿La razón? ¿Acaso mi columna de ese día en esta sección dio pie a tal revuelo? Ni por asomo. En un mensaje pulcramente escrito, de apariencia seria, anuncié tal día en las redes que en 2023 cambiaría mi profesión y pasaría a ostentar el cargo de apoderado taurino de un importante diestro español. Sí, muy 28 de diciembre, muy inocente todo, pero más de la mitad de mi parroquia, se lo creyó de cabo a rabo. Peor habría sido, y menos creíble, decir que en este año impar me dedicaría a una concejalía, a la inspección de educación o asesoría a algún miembro del gobierno. Por supuesto, considero más digno ser apoderado taurino y hasta mozo de espadas o ayuda de un torero remendando medias y alamares. Pero como vivimos rodeados de anuncios, he constatado que cuanto más exagerado e hiperbólico sea lo que dices en las redes sociales, más posibilidades tienes de que sea creíble, de que tenga verosimilitud y que encima la gente te lo compre. Y mucho más si está bien escrito.
Visto lo visto, sigamos con la fantasía. Para los no aficionados, explicaremos que el puesto de apoderado es una mezcla de mánager, relaciones públicas, mentor y apoyo psicológico de un torero. Alguien imprescindible que puede lanzar o hacer fracasar la temporada de su poderdante. Los ha habido famosos como el célebre Camará de Manolete o Manuel Cisneros con Curro Romero. Los hay adustos y rígidos en las negociaciones, como el que tenía Joselito. Entusiastas y verdaderos amigos del torero, como Villalpando con Urdiales o Pedro Jorge Marques que ha lanzado a Morante de la Puebla a unos números inéditos. Hay toreros, por el contrario, que no se acomodan con ningún apoderado y que necesitan cambiarlo cada año: el caso de José María Manzanares padre. Los toreros son en muchos casos gente muy especial, de manías, supersticiones y caprichos y lidiar con ello es más difícil que la negra suerte de cada tarde.
Pues bien, en virtud de una broma de inocentes, he sido apoderado por unas horas. Yo creo que sería uno de los buenos y muchas de mis amistades dieron cuenta de ello en sus mensajes. Ya me imaginaban recorriendo el mapa de España, desde Valdemorillo en febrero hasta Jaén en octubre; desde la feria de abril de Sevilla a los sanfermines de Pamplona: resolviendo problemas económicos, insuflando ánimo al diestro, consolándolo en los fracasos y bajando sus humos en los éxitos…  La vida en sí. Y entre medias esas largas horas de viaje, la tensión en los callejones, las miradas de competencia con los otros apoderados, la impaciencia por la llegada de contratos al principio de la temporada y el consiguiente descanso al final de la misma. Nada fácil y menos en estos tiempos de inquisiciones.
Fin de la broma. Mi primer artículo de este año me ha salido algo a contra-estilo, sobre la base de una ficción. Un poco a lo Julio Camba. En cierta ocasión este escritor anunció de broma que le había tocado la lotería. Y llegó un inspector de hacienda a su casa. Lo mismo mañana recibo la llamada de un torero. Pues no le diría que no.