Esta vez no ha sido la grafiosis ni la contaminación ni las hormigas. Al viejo olmo de la plaza de Italia no lo ha hendido un rayo como le ocurrió a aquel ejemplar que cantara Machado (el olmo centenario en la colina). Nuestro amable olmo, que aparentemente nada dice ni a nadie molesta, lo han atenazado anteriormente con coches en su derredor, contenedores infames de vidrio, casetas y mercadillos. Se ha ido salvando y proporciona una sombra singular en esa plaza que, por historia, es también singular. Tiene, en efecto, la plaza de Italia una planimetría extraña e irregular. Es, desde luego, la menos italiana y armónica de nuestras ubicaciones. El olmo nada sabe de nomenclaturas sospechosas: en pleno centro de Ávila las dos únicas naciones que tienen mando, calle y plaza son Alemania e Italia. Corramos un tupido velo. La plazuela de Italia es asimétrica, con un discurrir entrecortado por la vieja iglesia de Santo Tomé, antaño garaje, hoy museo. Cerca han ido creciendo algunos edificios de viviendas horrendos que se salvan por contraste por la belleza renacentista del Palacio de los Serrano, donde tengo el honor de dar algunas clases. Aún así, la plaza es pétrea, incolora, desabrida y hasta los habitantes más antiguos la confunden con la plaza de Nalvillos. Nadie sabe donde empieza una y acaba la otra.
En este otoño de 2024 el olmo sigue en pie, no vencido ni hendido por el rayo, sino luciendo distintas novedades arquitectónicas municipales. Le saldrán hojas como al árbol machadiano y seguirá dándonos su frescor en el verano. Se salvará quizá otro año de la grafiosis, de las plagas, de las sequías o las tormentas que ahora se conocen como Danas. Con todo puede el olmo de la plaza de Italia. Si usted pasa a su lado, tal vez escuche un pequeño crujido de sorpresa, una ligera mueca de menosprecio en estos días. Al olmo le extraña su nuevo acompañamiento: una especie de Stonehenge diminuto, un círculo de piedra druídico o quien sabe si un pretil para asambleas podemitas setenteras. A nuestro olmo lo han rodeado, circunferenciado con compás y desdibujado por la nueva piedra, muy nueva. Quizá alguien me proporcione algún sentido para este óvalo casi masónico: ya arquitectónico, ya biológico, ya estético. Yo no lo comprendo. Expertos hay en la ciudad que saben de todo. Yo no sé nada. Quizá, y espero que así sea, el nuevo pretil le sirva de protección al viejo árbol, a quien deseamos que Dios y el Ayuntamiento conserve muchos años.