Hace años leí un relato: ¿qué sentiría una persona con síndrome de Down?; daba a sobreentender que desde la cárcel de su cuerpo. Sin embargo, su mente era libre y observaba a quienes le miraban disimuladamente o incómodos con lástima. Él, desde su estado, - así lo interpreté-, experimentaba desasosiego, y puede que, dada la época, culpabilidad. Entonces se ocultaba o encubría a quienes se calificaba de «subnormales». Ahora les llaman discapacitados… lo que es el lenguaje.
Aquel relato me impresionó. Pretendo recuperar, ahora, aquella historia; situaba en una cárcel mental a los que teníamos o tenían escrúpulos sobre ciertos colectivos. Mientras ellos eran libres, algunos de nosotros estábamos rodeados por el muro de la aprensión, ya que nuestra ofuscación propiciaba determinados prejuicios.
Hemos evolucionado y aprendido. Hoy, la gran mayoría de las personas no somos intolerantes, pero vivimos en una sociedad en la que algunos ignorantes, pocos, se erigen en calificadores y clasificadores, y hay quien les sigue.
Los marcados son libres, mientras que los prisioneros son los catalogadores, los que muestran rechazo por causa de su cerrilismo, presos de sus miedos y negados para entender a los otros, incapaces de ponerse en sus zapatos; lo que se les da bien es negar la realidad, cerrar los ojos y huir. Habitan una cárcel de ignorancia e incultura.
Nos referimos no solo a quienes la sociedad ha determinado que tienen síndrome de Down, he dicho tienen no padecen. Es hora de revisar el lenguaje, también el artículo 49 de la Constitución, y por supuesto la consideración hacia todas estas personas. La película "Campeones" ha puesto en el disparadero a quienes se creen superiores a personas como los actores de esa película. Si miramos para otro lado, también somos responsables, salgamos de nuestras cárceles y luchemos contra el desconocimiento. Ayudemos a que nuestro entorno, en la medida de sus posibilidades y capacidades entienda y viva la normalidad.
Hay más. Quiero referirme a otros ciudadanos, aquellos que nacieron con disforia de género lo que llaman transexual, estos y todo ese grupo que se ha bautizado con el acrónimo LGTBIQ+, que recoge la diversidad sexual y de género de todos los colectivos que algunos consideran diferentes, ¿diferentes a quien?
En julio de 2016 se legisló sobre la "Protección Integral contra la LGTBIfobia…"; ahora, en alguna comunidad autónoma se pretende recortar derechos o casi eliminar la ley. Ha de añadirse el comportamiento de definidos grupos y personajes que no son muchos, pero sí ruidosos. El temor, la apatía, el no querer implicarnos hace que estos parezcan multitud.
Este asunto es complejo o más bien de difícil inteligibilidad para algunos elementos zafios y de pensamiento único. Me gusta recurrir a una cita del papa Francisco: "¿quién soy yo para juzgar"? Claro, este papa no es santo de la devoción de muchos fieles; ¿y tampoco del que dijo: "quién esté libre de pecado que tire la primera piedra"?
¡No!, no existe acrónimo alguno en el artículo segundo de la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH). Qué empeño en las clasificaciones más allá de las que la naturaleza nos provee. Alguien decía ante situaciones de conflicto, creadas artificialmente por las personas: "Qué complicados somos los seres humanos". Es evidente que nos gusta complicar lo sencillo, somos felices embrollando la vida. El conflicto es producto del desacuerdo.
Cito el artículo de la Declaración Universal de Derechos humanos: «Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía». ¿Es tan difícil comprender esto?
Este artículo nos acoge a todos como iguales, ¿por qué se empeñan algunos en crear compartimentos que no están ni caben en la civilidad y el humanismo? Hay que pedir a los guardianes de la moral que se relajen. Sus encasillamientos solo responden a extraños criterios políticos y de poder. Según avanzan los tiempos esos personajes viven alejados de la realidad.
Tal vez la peor cárcel sea la del pensamiento. Prisión dura y de muros firmes. Sus férreos barrotes han sido fijados con la argamasa de la intransigencia durante siglos. La profundidad de sus cimientos resisten en el tiempo pese a que filósofos, pensadores, intelectuales llevan trabajando denodadamente a lo largo de la historia tratando de socavar los cimientos del miedo, desconocimiento, la mentira y la injusticia. Ya Platón en su mito de la caverna, hace 2300 años, pretendía, con su discurso, que entendiéramos que la educación era la llave necesaria para liberarse de las cadenas y de la cárcel de la ignorancia. Hay grandes avances, pero la obra requiere de esfuerzos ímprobos. A los responsables de velar por la salvaguarda de esos avances a veces les puede la desidia, la molicie, y el egotismo, lo que es aprovechado por los guardianes de la moral y de la vieja ley para recuperar terreno y reforzar los muros. Algunos poderes se han acantonado, su fanatismo es harto complejo de combatir, y solo será posible con el esfuerzo colectivo y la dirección de la sociedad en las manos adecuadas.
Mientras escribíamos encontramos esta noticia de Freedom House: "El fallo de la Corte Suprema contra las personas LGTB+ en Rusia socava la libertad de expresión, reunión y asociación y aumenta el riesgo de violencia".
También en Estados Unidos, las leyes restrictivas de algunos estados hacen peligrar la seguridad de los colectivos LGTB.
No bajemos la guardia ni permitamos el contagio.