María Ángeles Álvarez

Musgo sobre granito

María Ángeles Álvarez


San Juan de la Cruz en medio de una migraña cruel

26/06/2024

Desde hace años cuando llega la primavera suelo cumplir un ritual poético y me siento en medio de una pradera florida a leer el Cántico Espiritual de San Juan. La belleza de lo contemplado tiene un eco en los versos con los que parecen encajar a la perfección los árboles que se cimbrean, las violetas, las hierbas frescas, la luz que se columpia entre todo. Mi Amado las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos
Este año mi lectura primaveral se ha visto envuelta en un manto de tierra. Me siento como un topo revolviéndose en sus corredores atrapada por una migraña cronificada que me deja fuera de la vida muchos días. Al dolor físico se une una pena profunda por vivir sólo a sorbos, mientras me siento atrapada en un escenario de oscuridad. 
Cuando San Juan creó el poema más bello de la literatura en lengua castellana, se hallaba en una prisión toledana. Estaba como sepultado, en aquel pequeño cubículo, denominado por algunos estudiosos de su vida como sepultura, en una cárcel toledana dentro del Convento de los Carmelitas de Toledo. Le habían detenido en Ávila, en el Monasterio de la Encarnación la noche del 2 al 3 de diciembre de 1577, como si fuera un convicto.  Le montaron en un pollino con los ojos vendados y así llegó a Toledo para comenzar este cautiverio, en absoluta soledad y donde le imponían muchas "disciplinas" que hoy en día nos parecen inhumanas, como echarle la comida en el suelo del refectorio para que comiera como un animal, o no dejarle que se cambiase de habito y ropa, siendo atacado por un ejército de piojos.
Los cargos que se le imputaban tenían que ver con su fidelidad a Teresa de Jesús y a la reforma que había emprendido, y ambos eran definidos en Roma como descalzos desobedientes, rebeldes y contumaces.
Para poder escribir el poema, nuestro Santo no tenía nada. Su mini celda era el retrete del convento, no tenía luz, sólo una pequeña ventana dejaba entrar algún rayo de sol en algún momento del día, y no tenía papel ni pluma. Toda esa belleza donde él buscaba a su Amado estaba sólo en su cabeza, en su interior. 
Me imagino las horas recitando por dentro todo, y viviendo, emocionándose con el amor que sentía en medio de la oscuridad más absoluta y del dolor físico y emocional. Buscando mis amores, iré por esos montes y riberas…
Ahora que yo también recuerdo los versos en el eco que han dejado en mí tantas lecturas, en la oscuridad y la pena que el dolor me deja, entiendo todo y veo la vida de una manera más sensible y verdadera, con sus claroscuros. No hay en estos momentos difíciles que todos vivimos una oscuridad absoluta que nos deja fuera de la vida, aunque por momentos sentimos que es así y nos desesperamos. Nos dice el Santo que hay una especie de penumbra iluminada por lo vivido, por el amor recibido, por tanta belleza que se nos ha dado lo largo de nuestra vida, esas tardes y mañanas en la pradera llena de violetas con mis hijos alrededor. Nuestro lecho florido, de cuevas de leones enlazado, en purpura tendido, de paz edificado…
A Juan para insultarle le llamaban en el convento Lima sorda, porque no eran capaces de sacarle ninguna critica a Teresa renegando de su reforma. El síndrome de Estocolmo no le afectó en absoluto, todo el mecanismo de hablar sobre él como renegado de la causa, de su soledad siguiendo una cimera que ni Teresa ya seguía, no hicieron mella en su espíritu.  Estaba lleno de luz y amor, y esto bastaba para iluminar todo y llenar su existencia de belleza, consuelo y paz.
La lección que nos regala Juan dirigiendo su vida llena de dolor, oscuridad, incomprensión y sufrimiento es enorme. Esa noche que nos aplasta muchas veces no es tan radicalmente oscura, podemos volver a tantos momentos llenos de amor y belleza y reviviendo en ellos al modo de las moradas de Teresa, abrimos puertas y pequeñas ventanas en medio del sufrimiento. 
He aprendido de Juan que cuando una migraña me azote, en esa mazmorra de mi cama, puedo volver a recitar como rumiando lentamente estas palabras tan bellas y llenas de verdad: Más como perseveras, ¡oh vida ¡, no viviendo donde vives, y haciendo porque mueras, las flechas que recibes de lo que del Amado en ti concibes, entonces toda esta lección de vida siento que me levanta el ánimo y me consuela, llenando de belleza tanto malestar.  Y el cerco sosegaba, y la caballería a vistas de las aguas descendía.