El calentamiento global quizá sea la crisis más peligrosa para el futuro de la humanidad. Múltiples crisis alientan al pesimismo. Crisis política, cultural, social, de valores, de derechos humanos… De la crisis climática llevamos desde mediados de los ochenta hablando y, de tanto oír hablar de ella perece que forma parte de ese paisaje cotidiano que a fuerza de pasar diariamente por él no se ve. Y si antes la opinión pública se mostraba mayoritariamente preocupada por esta situación, esta ha ido cambiando al tiempo de la irrupción del negacionismo climático vinculado a ideologías políticas conservadoras y radicales de derecha. Pero no podemos seguir discutiendo acerca de la evidencia solo porque haya intereses espúreos en esta discusión. El terraplanismo existe y es imposible debatir con distópicos, nigromantes, falsarios y demás variables de exótica toxicidad.
Durante los doce primeros días de este mes se ha celebrado en Emiratos Árabes Unidos la cumbre del clima de la ONU, COP28. Cada vez que hay una cumbre de estas sucede una siembra de esperanzas de duración limitada, pues no suelen cumplirse los acuerdos que se firman en estas cumbres, reuniones o convenciones. En esta siembra última hay acuerdos para triplicar la capacidad de las energías renovables, abandonar los combustibles fósiles, desarrollar tecnologías limpias, promover el transporte sostenible... Esperemos que esta siembra caiga en tierra buena y no en la baldía de las falsas esperanzas.
La temperatura media del aire en los primeros 10 meses de 2023 fue la más alta jamás registrada, situándose 1,4 °C por encima de la temperatura media preindustrial. Esto significa que 2023 está superando en 0,1 °C al anterior año más caluroso registrado, 2016. Estas cifras, que parecen ínfimas, marcan una gran diferencia. Es la diferencia entre el verde y el marrón, entre la sonrisa y la lágrima, entre la esperanza y la desesperación, entre el río y el desierto... entre la vida y la muerte.
Según un reciente informe de la OXFAM, "La crisis climática afecta a todo el mundo, pero de manera desigual. El 1% más rico del planeta (cerca de 63 millones de personas) es responsable del más del doble de las emisiones de carbono que las que producen los 3.100 millones de personas que conforman la mitad más pobre de la humanidad. Las sequías, inundaciones, incendios y tormentas afectan antes y en mayor medida a las comunidades más pobres y excluidas, provocando temporadas de cultivos impredecibles y malogrando cosechas." Concluye este informe que: "Debemos poner fin al boom de milmillonarios, a las medidas para compensar en vez de recortar emisiones de carbono, a nuestra dependencia de los combustibles fósiles y al sobreconsumo del 1% más rico. Debemos adoptar medidas valientes para limitar el aumento de la temperatura global a 1,5 °C. Debemos construir economías que antepongan a las personas y al planeta frente a los beneficios."
La voz del planeta grita a ritmo de huracanes, desbordamiento de las aguas, extinción de especies, deshielo de glaciares de montaña, contaminación atmosférica, agotamiento de las aguas subterráneas, calor insoportable, deterioro del suelo agrícola... En marzo de este año los expertos de la ONU en el clima afirmaron que existe suficiente capital en el mundo para disminuir rápidamente las emisiones de gases de efecto invernadero y que son necesarios cambios en el sector alimentario, eléctrico, transporte, industria, edificios y uso de la tierra, que ayuden a las personas a llevar un estilo de vida con bajas emisiones de carbono. Quizás tengamos que desengancharnos de la anestesia global en la que estamos dormitando.