Abel Veiga

Fragua histórica

Abel Veiga


Arte de desinformar

09/01/2024

Es conocido que, la verdad, es la primera víctima de la mediocridad y la decadencia de una sociedad incapaz de autocrítica, timorata de sí misma y acomplejada de inanidad o quizás, simple iniquidad moral. Escuchamos mucho a casi todos los gobiernos de las democracias occidentales, no más de veinte en todo el mundo son democracias reales, pronunciar dos palabras, fake news, o lo que es lo mismo, salvando las distancias, la desinformación, pero ¿por qué tiene tantos adeptos, conspicuos sin duda y vende tanto el arte de desinformar? Ahora a través de imágenes y uso de inteligencia artificial. Qué decir de las guerras existentes, sobre todo lo que está sucediendo en la Franja de Gaza, en verdad, ¿qué sabemos? Las cifras de muerte son dantescas y la destrucción, terrible. 
Vivimos una época enormemente confusa al tiempo que convulsa. De mentiras, cinismo y hojarasca. No hace mucho, el anterior presidente estadounidense se vanagloriaba de vociferar noticias y tweets falsos, así fueron reconocidos por los periodistas norteamericanos. Hoy dos estados, sus tribunales, no aceptan de momento que sea candidato a la presidencia. Esa es una realidad, pero veremos que dicen sus cortes supremas. Titulares y tweets falsos y que fueron sin embargo pronunciados por él a lo largo de cuatro años de presidencia que solo el tiempo, no muy lejano, redimensionará. Intentará pese a sus imputaciones ser el candidato a una reelección donde no se antoja por los republicanos rival alguno. 
Qué podemos nosotros decir del Covid, de su gestión y de los miles y miles de víctimas, así como la realidad actual a enero de 2024 y donde la amnesia es absoluta. No se ha atrevido el gobierno, tampoco las comunidades autónomas a darnos una cifra cercana a la realidad. De todo aquello nada se dice. Ahora un cocktail de gripe, gripe A, covid y media España en colapso sanitario en sus urgencias, sin embargo, nos es indiferente. Hemos vivido unas navidades como si no hubiera habido jamás pandemia.
Ahora bien, la sociedad, ayuna de referentes, huérfana de referencias morales, hace mucho que ha dejado de creer en sus políticos y en sus inflados curriculums de no haber hecho prácticamente nada antes que vivir de la política y en los confines próximos de la misma. Hay excepciones, menos mal, un halo de esperanza que punza un alma atribulada en algunos que, sin saber como muy bien, han acabado en lo público. Pero la ciudadanía lo descuenta todo y parece además que todo importa demasiado poco. El 28 de mayo supuso un vuelco, pero el 23 de julio, nos devolvió a esa realidad donde todo y nada importan lo justo. 
Parece que al gobierno y a los partidos les preocupa la desinformación, no tanto la que ellos puedan o no a su vez generar o reciclar, o reutilizar, cuanto la del adversario, interior o exterior, pues en todo, y como todo, siempre hay un culpable. 
La verdad como víctima propiciatoria, máxime en una sociedad que no está preparada ni quiere realmente saber la verdad. Eso, es, en el fondo, lo más trágico y dramático de una sociedad donde la indiferencia, la autocomplacencia y cierto hedonismo teñido de anquilosada costra u hojarasca preside el pensamiento acomodaticio y acrítico de muchos. Donde cada uno va a lo suyo y piensa en su yo sin importarle lo más mínimo lo que está sucediendo a su alrededor. Los ojos ya no respiran sensibilidad ni las miradas las sensibilidades solidarias de otrora, somos una sociedad muy vacía, muy quejosa pero egoísta y donde deberes y obligaciones se soslayan atrincherándose en el yo, en mi derecho, o derechos y en los nuestros. Sectarismo grandilocuente y estrafalario, aderezado de simplismo y miopía o ceguera barata.
Malos tiempos para la crítica, la tacharán de desinformación. Malos tiempos para la pluralidad, pues igualmente será tachada de falsedad, rencor o simple ira. ¡No pienses ciudadano, sé feliz, es el slogan! Con o sin amnistías, con o sin subidas del 4% de los salarios. España, sigue pudiendo con todo, pero ¿hasta cuándo?