José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Mortadela

23/02/2024

Doscientos gramos de mortadela. La memoria tiene esas cosas; no recuerdo el nombre de algunos de mis compañeros de clase de entonces ni muchas otras cosas de mi vida, pero esto sí. Fue en Gimeco, el primero, en el jardín de San Roque; estoy seguro de que alguno de ustedes, estimados tres lectores, todavía se acuerda de él. Estaba justo al lado de mi casa -ni cinco metros separaban el portal de su entrada, cuántas veces no habré subido el carro cargado en el ascensor-, el supermercado era pequeño para lo que hoy se estila, pero a mis trece años de entonces le parecían todo un mundo.
Eran algo más de las seis de la tarde, así es que imagino que sería para hacer la merienda por lo que me mandó mi madre a comprar la mortadela. La radio estaba encendida en la sección de charcutería y carnicería. La radio, esa que en noviembre cumplirá cien años desde su primera emisión en España, y que antes acompañaba con su runrún cada minuto de nuestras vidas. No había móviles que nos distrajeran, las voces de los locutores eran el rumor de las olas en nuestras playas de secano. Ese día se retransmitía la sesión de investidura de un nuevo presidente del gobierno, la emisión era una monótona sucesión de síes y noes al ser llamados los diputados a emitir su voto.
Me acababan de dar el fiambre cuando algo interrumpió la letanía del sonido. El dependiente se acercó al aparato y estuvo escuchando unos minutos, su rostro cada vez más preocupado. Se volvió hacia mí y me dijo que subiese rápido a casa, que la mortadela la anotaría a nuestra cuenta. Fue al llegar a mi hogar cuando pude darme cuenta de lo que estaba pasando, la tensión de mi madre, la angustia esperando que llegara mi padre. Esa tarde se hizo larga -luego la noche lo fue más aún- y mis padres nos mantuvieron despiertos a mi hermano y a mí, siguiendo lo que ocurría por televisión, hasta que de madrugada se dirigió el rey Juan Carlos a la nación.
Y es ahora, cuarenta y tres años después, cuando soy consciente de la suerte que tengo -tenemos- con que mi recuerdo del 23-F sea proustianamente solo eso: doscientos gramos de mortadela.

ARCHIVADO EN: Ávila, Juan Carlos I, España