Se ha cumplido este año el cuadragésimo aniversario –8 de julio– del fallecimiento del último presidente de la Segunda República en el exilio y el décimo –24 de marzo– del primer presidente constitucional. Quien no resida habitualmente en Ávila y lea hoy esta columna debe saber que ambos están enterrados, uno al lado del otro, en suelo cristiano en el claustro de la Catedral de Ávila.
Ninguno nació en la capital, sin embargo, su vínculo fue público e indudable. Ambos son hijos adoptivos de Ávila. Suarez desde el 12 de febrero de 1981 y Sánchez-Albornoz desde el 5 de Julio de 2024, restituyéndole un título retirado por los concejales municipales en sesión de 15 de febrero de 1937 ("entre otras firmas ilegibles de la moción aprobada, Manuel Marino Gómez, Daniel Collado, Germán Vaquero, Rufino Montero, Francisco Sáez, Angel Manglano") en un acuerdo que se hizo público por la prensa, "ya que, huido al extranjero, no puede serle notificado al interesado". Abulenses contemporáneos apreciados y respetados que deberían traspasar todas las fronteras y con ellos esta ciudad. O al menos así debería ser.
Ávila nunca ha sabido querer bien a sus personajes y héroes. "De Ávila, ni el polvo" llegó a decir la más insigne abulense. Al margen de títulos en papel Albornoz y Suarez pasan inadvertidos para residentes y visitantes lo que fueron para la historia más reciente de España. Ambos tienen dos plazas, separadas, con sus nombres que de plazas tienen poco pues son toscas e innobles. Para el republicando un arrinconado y pequeño busto vulgar inapreciable que hay que preguntar para descubrirlo; para el monárquico una escultura de cuerpo entero, hoy casi oculta por un puesto de chuches y castañas, "esculturas vivas", sillas de terraza (también un estadio de fútbol selvático, que se está cayendo a pedazos).
Cualquier ciudad se pelearía por la historia de ambos y probablemente no exista ninguna urbe que tenga los dos máximos dignatarios pertenecientes a diferentes regímenes políticos democráticos en el final de uno y los inicios del otro. Ávila los tiene y tanto su memoria, como su historia requieren algo más de lo que hasta ahora se les ha dado su tierra.