Hay un tiempo para cada cosa, y cada cosa es a su tiempo. Es una máxima que bien pudiera ser de Marco Aurelio pero que diría que no lo es. Un poco de estoicismo en los tiempos que corren es más que necesario. Después de poner todos los relojes en hora (en la hora de mi casa, que tiene un huso horario diferente al corriente), nos marchamos de vacaciones a Zaragoza, Caesaraugusta. Me gusta decir ese nombre. Caesaraugusta. La idea era ir a Italia. Sigue siéndolo. A Italia, a Francia, a Gran Bretaña, a Japón, a China, a Nueva York, a Australia. Pero ya sabes, cada cosa a su tiempo. Y fue el tiempo de España. Preciosa. Con unos rincones por descubrir que no tienen parangón. Fue como ir un poquito a Roma. Y como las comparaciones son odiosas, la muralla no pudo llegar, ninguna puede, al nivel de la de Ávila.
Como siempre, hay que tomar distancia para valorar lo que ves cada día. Lo casi único bueno de irme a estudiar a Salamanca, a parte de hacer lo que por fin quería hacer, filosofar sin límites, era volver por la carretera y admirar esa vista impresionante que un día Santa Teresa quiso dejar atrás por seguir los caminos de Dios. Sitio en el que me siento a leer cuando el frío no hiela mis huesos en otoño. Sin embargo, el otro día, y dadas mis condiciones actuales, decidí salir a caminar rápido desde allí. Y desde allí llegué hasta el parque de El Soto, desolado, vacío, triste, frío. Con muchas personas en las mismas condiciones que yo. Eran las cinco y media de la tarde y la ciudad bullía de forma diferente a cada lado que miraba. Con mi música instrumental amenizando fenoménicamente cada rincón. Y miraba atrás en el tiempo, cuando filosofaba por primera vez sin límites en Salamanca yendo y viniendo de la facultad y de la biblioteca, dejando un espacio para ir al cine cada tarde, porque lo mío viene de lejos. Y pensaba cómo las cosas cambian. Cómo las acciones cambian a cada paso en la vida. Ahora soy madre que mientras espera a que sus hijos acaben las extraescolares sale a caminar para mantener su cuerpo sano porque su mente ya no tiene solución. Cosa que no podría haber hecho entre estudiar antropología y estética. Podía ir caminando al cine, pero poco. Ahora vais al gimnasio y demás asuntos mainstreams. Pero al comienzo del milenio no era algo que, al menos a mí, me preocupara.
El asunto es que cada cosa tiene un tiempo, y hay un tiempo para cada cosa. Y ahora compramos lotería de navidad en agosto, turrones en octubre, roscones de reyes en noviembre y bañadores en febrero. Y estamos viviendo de forma tan tensionada que no aceptamos el mayor regalo del tiempo: el Presente.