Muchos padres tienen aquello de que "la política es el arte de lo posible". Eran otros tiempos, épocas de dictadores y sátrapas. Ahora el debate se sitúa en el dilema: probable o imposible.
Los destinos patrios en Galicia, País Vasco y Cataluña se presentan difíciles de conjugar; puede que los socialistas gobiernen, en algún momento, alguna de esas comunidades; es improbable que el gobierno de esas comunidades lo obtengan los populares, salvo Galicia, donde han reafirmado su poder. Se antoja difícil que cualquier partido de carácter estatal -populares o socialistas- pueda atraer a la esfera española a quienes tienen una arraigada vocación nacionalista, con acento marcadamente independentista.
Hemos escrito en estas páginas que los nacionalismos se sitúan lejos de la solidaridad al anteponer sus ideas a la equiparación en derechos y obligaciones entre todos los ciudadanos. Esto lo sabemos por proclamas de algunos nacionalistas acérrimos, declaraciones tan alejadas del sentido común -están en todos los medios-, como también lo son las soflamas y discursos de quienes defienden una sola idea de España. Es paradigmático como los diversos nacionalismos residentes en nuestro país se repelen con el nacionalismo español. Eso no lo cambiarán leyes, ni acciones políticas radicales, sean del signo que sean.
También está sucediendo, y lo anunciamos en su momento, que algunos partidos van camino de la irrelevancia o la desaparición, mientras que otros solo pervivirán como apoyo de otro más grande. En el camino, algunos han destruido la ilusión de miles de personas. Este país será ingobernable sin acuerdos, y las mayorías absolutas que pretendan imponer su ideario fracasarán, antes o después, o se cargarán la democracia.
España se aleja, guste o no, de un Estado unidimensional y uniforme. Somos un mosaico diverso con el que hay que tejer la convivencia y sí, es complejo gobernar en clave estatal, pues a las especificidades particulares que chocan con el ideario común se suman las diferencias ideológicas, una combinatoria que ni la matemática podría ordenar y agrupar.
Los populares fracasaron y acabaron perdiendo por el caos catalán. Los socialistas saben que los avances son complejos y las propuestas difíciles de aceptar, tanto, por una parte del nacionalismo patrio, como por el nacionalismo independentista, ambos rancios y trasnochados. Tiempos difíciles.
Tras las elecciones gallegas, donde el PSOE ha visto las orejas al lobo, quedan las europeas, las del País Vasco y Cataluña. En estas dos últimas los populares no han rascado bola y los socialistas mantienen el tipo a costa de muchas cesiones. Saben unos y otros que encontrar la piedra filosofal es imposible, es el momento de poner en práctica aquello de que "la política es el arte de la posible" para llegar a un gobierno aceptable, sabiendo que nunca será del gusto de todos. Liderar esa complejidad requiere de políticos que sepan manejar las riendas para que la situación no se desboque, sabiendo que los nacionalismos son irreductibles, como no lo son menos las pretensiones y programas de los servidores del pensamiento único.
En el Congreso el acuerdo es casi irrealizable y el coro de seguidores en ciertas instituciones y medios de comunicación socava la convivencia. Practican una defensa numantina sin fundamento. Es chocante y cabreante, que, en un país como el nuestro, reconocido entre las democracias más avanzadas, con altos estándares de libertad, algunos nieguen a su propia nación el pan y la sal. Sé, y sabemos, de ciertos opinadores, políticos y otros de cierta relevancia social, empeñados con sus encíclicas en poner a caer de un burro el régimen democrático, defendiendo sus postulados con el engaño y la violencia verbal, lo que lleva a sus seguidores al cerrilismo. Y remedando a Clinton hay que recordarles: "es la democracia, estúpido".
Estos augures, cuyo único interés es lucir "su palmito ideológico" -valiente miseria-, sin importarles las consecuencias de sus opiniones, representan un peligro para la democracia, pues llaman con descaro a coartar aquellas libertades que no les gustan; recordaremos a estos pitonisos algo que ya dijo Maquiavelo: "las sociedades acostumbradas a gozar de la libertad, nunca se desarraiga esta de sus corazones, y servirá de bandera en todas sus revoluciones, libertad que recobrarán en la ocasión más propicia".
Hagamos inalcanzables las intenciones de estos profetas. Muchos son los ejemplos en el mundo de naciones con características diversas y complejas, pero solo dos son los modos fundamentales de gobierno conocidos: dictadura o democracia. Con cada elección podemos enviar al rincón de la historia al elegido, por lo tanto, no es un sátrapa como a algunos gusta llamar al gobernante de turno. Las elecciones no son plebiscitos. Recordamos, no sigan jugando con el lenguaje, ni con esa irresponsabilidad oculta en el oscurantismo, sugiriendo que todos los votos no son iguales.
O soportamos a un sátrapa autoimpuesto con duración de gobierno indefinida, pues mantiene el poder hasta que muere o le maten, o seguimos eligiendo los ciudadanos al dirigente que queramos y defienda la democracia; si somos pasivos alguien nos llevará a ese camino que conduce a ninguna parte, y bastantes son las voces y los textos de nostálgicos de la miseria política.
Para los asustadizos de derechas, recordarles como ejemplo a Úrsula von der Leyen, quien hace un llamamiento para defender la democracia, la de todos. El otro ejemplo, nada aconsejable, Mr. Trump, defendiendo "su democracia", sus intereses particulares. En la Unión Europea tenemos gobiernos de todos los colores, los mandatarios tienen fecha de caducidad, lo saben, son democracias. No nos confundamos.
La libertad no es cómoda, se conquista, requiere de responsabilidad, capacidad de convivencia, solidaridad y está sujeta a crítica. Esa es su grandeza y fortaleza de la que abusan los amigos del insulto fácil a sabiendas de que la propia democracia les salvaguarda.