El puente de Navaluenga está asociado a leyendas y tradiciones orales que, en diferentes versiones, dan una explicación mítica a su construcción e inicios, señaladamente dos: una protagonizada por una joven mora, otra referida a un toro.
Una doncella mora, que ciertos narradores elevan al rango de princesa, acostumbraba a cruzar el río por las tardes, para sentarse a tejer en la otra orilla. Al no existir aún el puente, si el bajo caudal lo permitía franqueaba la masa de agua a caballo, y en caso contrario, usaba una balsa de troncos. Un día, se ensimismó en su tarea y anocheció, viéndose rodeada de lobos.
Los moradores del pueblo, echando en falta a la joven, salieron en su busca, y se toparon con su trágico final devorada por los lobos. Recapacitando que si hubiera existido un puente habría tenido oportunidad de salvarse, comenzaron la construcción. El alma de la joven continuó vagando por la ribera del Alberche, y algunos testigos aseguraban haberla visto peinándose a la entrada de una cueva, que desde entonces se conoció como Cueva de la Mora. Se dice que su cuerpo está enterrado en un sillar del puente, o que descansa en el Alberche.
Otra variante de la historia presenta a la protagonista escapando del castigo infligido por Nalvillos Blázquez, tras tomar Talavera de la Reina, a los musulmanes del Valle del Alberche, expulsándolos por su burla a la amada del caudillo, Aixa Galiana. Una joven mora, para no separarse de su amado, desafió el decreto y huyó a una cueva de la montaña, para poder verse con él a escondidas en los alrededores del puente. Cuando el enamorado debió partir a la guerra, la dama languideció esperando su regreso, y su alma siguió habitando el lugar, donde la veían peinándose en la cueva de su nombre o paseando en derredor.
Se cuenta que existe un encantamiento que se activa cada cien años, cuando a un vecino se le representa en sueños un gran toro emergiendo del río -algunos precisan que en la noche de San Juan- y debe acudir allí a intentar romper el hechizo enrollando un rosario alrededor de sus astas.
Historias tan mágicas como Navaluenga.