El Océano Ártico es el nuevo Pacífico. Esta frase que podría necesitar de mucha propaganda para que se entendiera, parece marcar una realidad que el cambio climático nos ha traído. No es el cambio respecto a las reglas climáticas de consenso aceptadas por todos. Ni lo son la falta de esfuerzos decididos con los bríos de la Cumbre de París o el COP 27. Es el hecho de que los polos se están derritiendo y se abre la posibilidad de que lo que era necesario antes, deje de serlo ahora. Se necesita entender la dimensión de lo que ocurre, para no dejarse arrastrar ni por los que magnifican los problemas, ni por los que empequeñecen las acciones.
Es decir, antes para traer productos de China, que se había convertido en la fábrica del mundo, tenías que atravesar todo tipo de mares y estrechos, ahora aparece un nuevo atajo, que sería navegar por el norte del mundo, lo que acorta los itinerarios y los costes. Pero es que además los recursos pesqueros y minerales que se encontrarían en el Ártico y su subsuelo parecen de fábula del cuerno de la abundancia. Esto lleva de nuevo a una distribución geopolítica de poder no prevista por los viejos actores; y los países que llevan la batuta en esta zona del mundo, parecen querer que los demás países acepten sin rebelarse esta realidad que parece ya incontestable. Esto en un momento geopolítico donde el elemento del poder y recursos convive con las concepciones de estructura internacional de paz que habíamos configurado entre todos. Los conflictos del mundo que forman parte de nuestra actualidad parecen adverar este momento complejo que vivimos, generando una tensión que no permite ver muchas de las cosas que están pasando.
Mi opinión sujeta a corrección, es que todos los cambios que se dan en la historia y en la naturaleza siempre son más graduales de lo que observamos, aunque se produzcan saltos cuantitativos inesperados; y no siempre obedecen al ritmo lineal previsto por tantos institutos y medios de comunicación especializados. Si me permiten el salto elíptico por haberme dedicado a ello, ni tan siquiera las tan conocidas revoluciones francesa y rusa trajeron cambios inmediatos. Necesitaron mucho tiempo y «mucha convicción» y algún Napoleón (ahora que se va a estrenar su película, y en el que nuestros historiadores abulenses podrán contar lo que Napoleón vino a hacer a Ávila y en su salida por la Aldea del Rey Niño). Y es ahí donde cobran más importancia las personas que quieran gestionar este nuevo paradigma. Todos conllevamos nuestros pecados originales de la mejor manera que podemos y en el orden internacional se necesita tener un tiempo más largo para comprender muchos fenómenos que se dan a la vez.
Ya hemos vivido desde hace tiempo esas afirmaciones de que todo lo que viene es inmediato y de efectos desmedidos y a veces apocalípticos. Yo creo que incluso de la lectura del Apocalipsis se desprende que éste necesita sus tiempos y su proceso. Los polos se deshielan. Se llevan derritiendo por «fascículos» si me admiten la metáfora. Inexorablemente, sin darnos cuenta, pese a la denuncia constante. La primera vez que oí sobre esto fue en el año 2011, a mi brillante amigo Tomás, que se dedicaba a las plataformas logísticas en el mundo. Desde entonces lo sigo. Todo se ha venido desarrollando de forma gradual y paulatina y sin descanso, como digo, pero ahora el Ártico cobra toda su dimensión al igual que toda la urgencia innegable para influir en el cambio climático. Es verdad que a simple vista parece que el Ártico es más frío que el Pacífico, aunque en Ávila no debiera importarnos no estar a la misma temperatura, pero lo que cuenta es la habilidad para navegar en todas las aguas procelosas de los cambios que ya están aquí.