No deja de deslumbrarme que la vida te sorprenda a borbotones cuando menos te lo esperas. Y pasa siempre. Y les deseo que también vivan así. Abiertos siempre a lo insospechado, a la luz que emana de cualquier lámpara, vela o celemín.
Por ejemplo, el jueves en Ávila cuando presentaba el libro de Graciano Palomo, se acercó una de esas personas maravillosas que llegan al final de mis artículos, para animarme a seguir a escribiéndolos. Por ella, y por más como ella, lo hago. No deja de encandilarme que pese a toda la desgracia que llevamos encima con la DANA que ha afectado a España, la solidaridad de los españoles ha sobrepasado toda la actividad oficial. No deja de desgarrarme el corazón que un buen amigo esté en un proceso tremendo de un familiar y encuentre siempre la mano que tiende a todo lo que le rodea. Y cuando crees que lo has visto todo, lo inesperado sucede. Esta es para mi la definición de histórico, que por ello coincide tan poco con todo lo deportivo.
Volví a reencontrarme con una persona maravillosa, que en su momento conocí en una torre de marfil que la tenía que acompañar porque a veces la vida tiene estas cosas. En ese momento yo también tenía un pedestal de bolsillo y plegable, de papel. Esta vez la encontré con una experiencia vital a sus espaldas mucho más dura y por lo tanto depuradora, una de esas experiencias que cambia para siempre el corazón.
Ella es una persona bruñida y reluciente como un espejo. Una de esas personas que cuando hablas con ella, te devuelve una imagen tuya agrandada, mejor, más humana y más sabia. No eres tú, es lo que ella opera en ti. Y lo hace porque todo lo que te cuenta te lo dirige, te habla y se dirige directo a tu corazón exponiendo el suyo.
Había pasado mucho más tiempo del que merece cualquier persona buena alejada de sus hijas. Había tenido que aguantar la injusticia, una de las bienaventuradas que sin embargo ha dedicado su vida a trabajar por la Justicia. Y sólo se le ocurrió pronunciar las palabras mágicas que llevan al perdón y por lo tanto al crecimiento humano de verdad, no al de los gurús de bolsillo. Llevaba cicatrices y latigazos no visibles en su espalda, y toda la corona que te puede ofrecer el mundo, se quedaba atrás cuando podía volver a jugar con las suyas en su pequeño Edén de libertad construido con su fina inteligencia.
Y lo ven: ¡aún así nacen personas siempre comprometidas con la libertad de los suyos! y sobre todo de los suyos no tan cercanos, de los más humildes que más necesitan de estos titanes forjados en contra de la corriente del río que no cesa!
Por eso cuando la volví a encontrar iba vestida de primavera que renace, que todo lo perfuma, que todo lo colorea. Que no puede dejar indiferente, porque algo ha sucedido y se tiene que notar a la fuerza.
Y al hilo de esta profunda conversación de tanta vida con olor a tenacidad, a entrega generosa, a sufrimiento, a bondad, en el momento de mayor cansancio, a ella también le ocurrió lo inesperado. Se le acercó una de esas Humildes, una de esas mujeres a las que ella agranda por ser espejo para tantos, dejó sus armas al lado para entablar una conversación. Era en un momento en el que el peso cotidiano de todo lo que llevamos encima parece que te quiere doblegar y no sabes de qué forma no ceder.
Y así ocurrió, esta mujer, digamos Olenka, decidió darle el mejor y más imprevisto abrazo que le hayan dado nunca. No lo esperaba, incluso parecía querer gritar que no lo merecía, incluso parecía querer decirle que las lágrimas que podían rodar nadie las recogería. Sin embargo, los milagros siempre ocurren cuando son inesperados. Y aquí volvió a pasar que estas armas que dejó de lado fueron de nuevo una escoba y un cogedor. Nada especial para quien no sabe esperar ni leer. Todo para aquellos que transforman a quienes les rodean, como todo lo que les acabo de susurrar hace tan solo un momentito. No pierdan tiempo sin abrazar a todos los que le rodean. El corazón es un divino impaciente insaciable de verdad.