Hay muchos tópicos por ahí alrededor del libro y la cultura. Como tópicos, la mayoría son falsos, pero suelen rodar por las conciencias con la facilidad de los lugares comunes, esos que forman parte del ideario colectivo y que todo el mundo da por supuestos sin parar a forjarse una idea propia. Sobre la cultura libresca, el repertorio es inabarcable y estos días de celebración editorial (no sé si tanto lectora) los recitan los diletantes del ramo como si fueran jaculatorias. Que si leer te hace más libre; que si te hace viajar sin moverte del asiento; que si te hace vivir más vidas… Es como eso de que viajar te abre la mente o te hace ciudadano del mundo. Pues depende de a quién. La cultura, lo que quiera que sea, ha sido provechosa o nefasta. Entre los nazis había gente cultísima, amante de la buena tradición clásica, devotos de la música más exquisita y lectores de poesía, cuando no admiradores de los pintores «no degenerados». No menos se puede decir de los artistas que apoyaran al régimen soviético. Existe una cultura que tiene que ver con la intelectualidad y el saber, esa que llamamos alta cultura y que es depositaria de lo que se ha considerado habitualmente como elitista o minoritario. Ahí está la alta literatura, la música culta, la filosofía… Para acceder a ella hay que cultivarse, dedicar años, esfuerzo, horas de estudio y método; pero no garantiza necesariamente un altura moral. Luego existe otra forma de cultura, más cercana al ocio que no le pide a uno más que tiempo libre y ganas. La mayoría de ferias del libro andan en este punto, más cercano al de la divulgación que al de la sabiduría. Nadie se hace sabio moviéndose en Ferias de libro, en presentaciones de novedades editoriales o en exposiciones itinerantes. Pero tampoco se pretende. De hecho, pensar en una sociedad de sabios a uno se le representa como algo abominable que no terminaría en nada bueno: todas estas utopías culturales (y todas las utopías) es bueno que se queden en ello. Aunque uno pisa poco por estos eventos, no deja de alegrarse de ver a lectores de un libro anual llevarse seis o siete a casa. O a niños dándole unas vueltas a sus gustos recién adquiridos. O a viejecitas pidiendo novedades de hace quince años. O a cultísimos ciudadanos. De alguna manera, da cierta esperanza de que algo puede mejorar, no en la sociedad, que tiene al conocimiento como un estorbo o un lujo. Sino en cada uno, a su manera, en el sofá de su casa, que es donde todos pensamos en ser mejores.