Hoy no es hoy. Hoy es hace una semana. Y te hablo desde la otra orilla del Mediterráneo. Donde no hay cigüeñas. Pero sí gaviotas. Gaviotas acostumbradas a la masa. Masa informe que se mueve como las corrientes de aire. O de agua. Reflexionaba frente al foro romano, en una de las galerías del Coliseo, con Carmelo, uno de los mejores guías y contadores de historias, sobre el turismo de hace 40 años. Me lo imagino más sencillo. Sin presión. Si puedes vas. Si no te quedas. Más auténtico. No ir porque ha ido mi vecina. O porque dicen que. O si no voy no soy. Un turismo más orgánico. No dilatando el tiempo tomando fotos que nunca más vas a ver. Solo para subir a no sabemos dónde. Para demostrar más que mostrar. Y no voy a caer en el tópico típico de que nos hemos vuelto frívolos y ya no valoramos el noble arte de la foto. Que quizá sea así. Pero también veo a los chicos y chicas buscar el ángulo perfecto, la luz perfecta, la pose perfecta. Aún sin saber que la perfección en la foto es la imperfección. Lo dice la amante de la simetría andersoniana. Que de muy cuando en vez crea ángulos aberrantes solo para hacer coincidir líneas que a simple vista son asíntotas.
Regresando de un viaje express a la cuna del renascere, veo cómo todos hunden sus cabezas en esas luces portátiles no dejando que miremos alrededor. En Florencia, Rima, nuestra guía, estaba enfadada. No sé muy bien con qué. Muchas cosas. Una de ellas, las faltas de respeto. No duda en llamar la atención. Incluso en decir que es imperdonable y ya carencia de cultura no saber quién es San Francisco. Frente a unos frescos. En una capilla. Dentro de una iglesia.
En el Vaticano, con Laura, también intercambié ideas sobre la caída en picado de la educación, y ya no solo de eso, de la cultura, del gusto, de la curiosidad. Se está dejando de lado precisamente lo que nos hace humanos. El arte. Quizá sea por esa luz que llevamos en la mano, quizá sea porque nos atrapa como si fuésemos luciérnagas, quizá nos controlen como en la última película del Capitán América. Tenemos todo ahí y no tenemos nada.
Las ciudades están llenas. A reventar. Los edificios no soportan el peso de la cantidad ingente de gente que entra. Cada vez viajamos más. Y cada vez sabemos menos. Pero quiero pensar que de alguna manera se recordará algo.
Me decía una grande amiga que «tú cuando viajas, viajas.» Antes de pisar físicamente el territorio ya he caminado por su cultura, sus monumentos y he buscado todo tipo de sitio paralelo al turismo. Cada vez más difícil. Y memorizo el mapa.
Y lo memorizo justamente para poder perderme.
Porque solo cuando te has perdido es cuando sabes a dónde vas.