Avilacine, un festival nacional de cortometrajes a la altura de calidad de los mejores de España, celebraba recientemente su decimotercera edición. En ese contexto, la organización, compuesta por abulenses, expresaba ante los medios de comunicación su preocupación por el futuro de una actividad cultural ya consolidada, que veía peligrar su continuidad por los recortes presupuestarios municipales y debido a ellos, este año ya había tenido que reducir los días de sus proyecciones y el número de sus premios, realizándose gracias al compromiso y el esfuerzo personal de los impulsores.
Avilacine en esta década larga de recorrido ha sido escaparate de cortos que se han alzado con un Goya o se han nominado a los Óscar, que han obtenido galardones de peso y han consagrado a figuras ahora muy conocidas. Más de 1.200 trabajos presentados a concurso en la última edición, la práctica totalidad de la producción nacional. Siempre llevando por bandera la ciudad desde su propio nombre.
Más allá de que a uno en concreto le agrade o no el séptimo arte, que para gustos pintaron colores, hoy no es habitual que una capital de provincia o un municipio de cierto tamaño no cuente con un festival, certamen o muestra cinematográfica con años de trayectoria. Un somero rastreo en la red refrenda esta afirmación. Y si se miran las aportaciones del ayuntamiento en cuestión al proyecto, infinitamente mayores que las que el de Ávila asignaba el año pasado (no digamos el actual), se ve la importancia de este recurso y su retorno económico a todas luces muy superior a la inversión: las pernoctaciones y el consumo en hostelería. La llegada de actores y directores. La visibilidad del lugar en medios de comunicación y redes sociales, con el plus de publicidad positiva y gratuita, que luego suele verse traducida en visitantes y turismo. La imagen que da la ciudad en el panorama nacional, como moderna, abierta, valedora de iniciativas culturales, que difunde nuestro patrimonio en miles de pantallas, y también repercute en que jóvenes quieran venir a estudiar en ella, creadores decidan elegirla para rodar, actuar o pintar, escribir sobre ella o fotografiarla. Un sinfín de posibilidades que se abren de manera natural y no exigen tener que recurrir siempre a la simple fórmula de que alguien cante a tu ciudad o plasme sus fortalezas previo pago.
Recortar en el chocolate del loro es un sistema sencillo pero ineficiente, que solo se basa en las apariencias. Además de todo lo anterior, el público abulense siempre ha llenado las salas del Lienzo Norte en la semana de celebración de Avilacine, proporcionando una fidelización muy valiosa. Hace un quinquenio que nuestros gobernantes locales decidieron reducir las actividades culturales en la ciudad, que actualmente por desgracia ya son escasas y sin afán alguno de estar al día o de innovación frente a meramente mantener parte de lo heredado. En este panorama yermo, aún cobra más valor preservar y no perder lo poco que les queda sin podar con su tijera.
Para que un festival tome cuerpo y relevancia se exige hacer las cosas bien -como se hacen en Avilacine-, y que pasen los años, creando una reputación entre el gremio. Si se deja agonizar hasta su desaparición, costará mucho un día levantar un proyecto equivalente de nuevo. Vale la pena reflexionarlo.