El papel del director en el cine no solo se reduce a esa popular imagen que tenemos todos del genio sentado en su silla gritando «¡acción!» o «¡corten!». Su rol va mucho más allá y su función es multilateral. Si establecemos un símil con otras profesiones, la que más se ajusta bajo mi punto de vista es la de un jefe de obra, pendiente no solo de liderar y revisar la ejecución de un proyecto, sino también de ajustarse al presupuesto asignado en un constante juego de balanceo económico para que el coste de todos los capítulos de una obra encajen. Así, y poniéndonos prácticos, si rodar una secuencia cuesta más de los planificado, será labor del director reducir costes en las siguiente para ajustarse al presupuesto de la película. Una labor nada fácil que en 'The Brutalist' brilla con especial intensidad si tenemos en cuenta que su director Brady Corbet ha contado con un presupuesto de menos de 10 millones de dólares. Si a esto le sumamos que Corbet, de 38 años, tiene una carrera tan corta como interesante como actor reconvertido en director (como curiosidad, él era uno de los dos jóvenes psicópatas en la versión norteamericana que Michael Haneke rodaba en 2007 sobre su propia peli original 'Funny Games') nos encontramos con un producto que deja en ridículo las cifras de decenas de filmes que superan los 100 millones y que debería asegurarle el Óscar a Mejor director. Sin debate, sin peros, sin polémica alguna.
'The Brutalist' es una epopeya de tres horas y media que nos cuenta la vida de un arquitecto judío que emigra a Estados Unidos para reconstruir su vida. Y pese a su metraje, que nadie se asuste porque la película corre con una fluidez sorprendente, se revela como uno de los grandes ejercicios cinematográficos de los últimos años, rescatando el espíritu de los grandes filmes de Coppola, Bertolucci o Cimino. Brutal, como su propio nombre indica y en casi todos sus apartados, esta nueva obra maestra establece un diálogo muy disfrutable entre cine y arquitectura. Porque su protagonista es un arquitecto atormentado por lo vivido en una Europa azotada por el nazismo con ecos a ese otro arquitecto también atormentado de 'Hiroshima, mon amour' (Alain Resnais, 1959) y porque la película es una celebración del Brutalismo, la corriente arquitectónica surgida en los 50 bajo la estela de la Bauhaus que tantas localizaciones memorables ha regalado al cine distópico ('Alphaville', 'La naranja mecánica', '1984', 'Los juegos del hambre'..). Al frente del reparto, un formidable Adrien Brody (capaz de protagonizar peliculones como 'El pianista', pero también subproductos de vergüenza ajena como 'Predators') que está arropado por Felicity Jones, Guy Pearce, Alessandro Nivola y un sorprendente Joe Alwyn. Todos al máximo para que la tensa y compleja dinámica entre los personajes funcione como un reloj. Porque 'The Brutalist' es un estudio sobre el poder y de cómo los poderosos usan y abusan de esta ventaja para conseguir sus propósitos, por muy oscuros que estos sean.
Ya lo decía Einstein, que el tiempo es relativo. Por eso 'The Brutalist' funciona tan bien pese a sus casi 4 horas de duración (hay un descanso 15 minutos impuesto por el director y contemplado en la escritura del guion para la reflexión que es un acierto) y se convierte en una película fascinante, que atrapa desde sus seductores créditos para ya no soltarte. Y que viva el cine.