Alfonso Caro

Sunset Bulevar

Alfonso Caro


Dulce introducción al caos

20/01/2025

En las primeras escenas de "La forma del agua" (Guillermo del Toro, 2017) el personaje interpretado por Sally Hawkings desvelaba sus hábitos matutinos, entre los que se incluía con mucha naturalidad la masturbación en su bañera. Una rutina espejo de las de Lester Burnham, el personaje interpretado por Kevin spacey en "American Beauty" (Sam Mendes, 1999) que todos los días por la mañana se tocaba en la ducha. Si bien en la película de Mendes esto fue muy comentado y recordado, en el largometraje de Del Toro este dedo matinal pasó de puntillas, pese a su potente efectismo en el terreno de la normalización de la sexualidad femenina en el cine, siempre (o casi siempre) al servicio de la mirada masculina. Que ambos filmes ganasen el Óscar a la Mejor película en sus respectivos años, no deja de ser una divertida coincidencia. 
En la escena de apertura de "Babygirl" la protagonista se escapa de la cama matrimonial para concluir una sesión de sexo con su marido con otra masturbación. Esta vez de puntillas, a escondidas, en la oscuridad, viendo porno. Como un acto que hay que esconder. Una advertencia de que Romy, su protagonista, tiene sus secretos. Y una declaración de intenciones que avisa al espectador de que su directora Halina Reijn nos tiene preparado un cóctel subversivo construido desde la aventura sexual que comienza Romy, una alta ejecutiva, con uno de los becarios recién llegados a su empresa. Una relación con tintes masoquistas, fetichistas y unas gotitas de sitofilia que otorga a la mujer la libertad de elección (que no de control) y que se cuida de distanciarse de las dinámicas tóxicas de poder en el campo sexual subrayando el libre consentimiento y las normas de respeto, para no autoinmolarse en tiempos del movimiento Me Too.
Una película en la que solo hay un sol: Nicole Kidman. Todo y todos orbitan en torno a su figura y su fantástica interpretación, que vuelve a ser valiente, nada nuevo en la filmografía de la actriz, y que es contemporánea al trabajo de Demi Moore en "La sustancia" (Coralie Fargeat, 2024), con la que comparte el desnudo valiente de dos actrices superestrellas que rondan los 60 años (y aunque la Kidman se ha llevado la copa Volpi en Venecia, perdió el Globo de Oro frente a Moore) y establece más de una conexión (el momento en el que la protagonista de "Babygirl" se inyecta botox nos remite inexorablemente a "La sustancia").
Quizá el mayor Talón de Aquiles de la historia sea lo inverosímil del nacimiento de esta relación entre alta ejecutiva - becario, con una gestación tan acelerada como poco convincente. Pero también hay que tener en cuenta que el foco del relato nunca es el cómo llegan a este tablero de perversión ambos personajes sino cómo una madre aparentemente normal acaba cediendo a la oscuridad que la ha acompañado desde su juventud, sometida durante décadas y ahora finalmente desatada. Una liberación ligada a una destrucción implacable e inevitable de todas las parcelas normativas que nuestra protagonista ha construido con celo (y mucho éxito) a lo largo de su vida y que deja a Romy despojada de poder alguno, aspecto nuclear del relato que queda fantásticamente subrayado en esa magnética secuencia que supone el primer encuentro entre jefa y becario en la habitación de un hotel.
Para la reflexión queda si la pérdida del poder supone efectivamente la pérdida del control, y por tanto el principio del caos. Y si este caos es la liberación que tanto anhelábamos.