David Ferrer

Club Diógenes

David Ferrer


Ese olor

06/03/2024

Durante las últimas semanas se ha vuelto a usar demasiado la palabra corrupción. Lo que nos faltaba. Es un término que nunca nos abandona pero que vuelve con inusitada resistencia cuando a los mandos está un partido o, para colmo de desdichas, está también el otro. Para nuestros escritores barrocos la corrupción era un sinónimo de la putrefacción, esa fetidez de los cuerpos cuando abandonan una vida de falsas glorias que no son más que miserias. Y así lo pintaron, entre otros, artistas como Valdés Leal. Hay un olor característico en la putrefacción, decía Quevedo, una señal de lo que nos espera, "fantásticas escorias eminentes (…) asco dentro son, tierra y gusanos". 

El olor de la corrupción es cambiante, va variando según pasan las décadas pero deja su impronta nauseabunda por pueblos, por ciudades, por autonomías y ministerios. La corrupción ochentera y de los primeros noventa olía a sillones de eskay, a falso lujo, a puertas que imitaban la caoba y a prostíbulos de neón. Llegó después el olor de los coches nuevos, del poliuretano, el cemento rápido y la gasolina como eje. El olor de la corrupción del nuevo milenio no tiene quien lo escriba salvo que seas Chirbes y su Crematorio o uno de los guionistas ácidos e inmisericordes de Los Soprano. La España del nuevo siglo olía demasiado a perfumes caros con los que se tapaban viejas miserias que no habían cambiado tanto. Y no hay dos sin tres: se aprovecha una pandemia para que el olor de los fluidos corporales se tape con mascarillas de dudosa eficacia y ganar así unos emolumentos que asombran y descolocan. Aunque cambie de mano, el olor del dinero siempre será el mismo.

No hay quien tape estos olores. No hay ya quien recubra el hedor provocado, década tras década, por esta plaga informal y dispersa que conforman los comisionistas, las mordidas, los intermediarios, los asesores de traje de medio pelo y una tarjeta sin fondo, los conseguidores, los facilitadores, los adjudicatarios. Cada mañana buena parte de España se va a trabajar como puede, gasta en lo que puede, disfruta con lo que puede. Hay, sin embargo, todavía, una legión de enterradores, de robacuerpos que tratan de disimular la fetidez de tantos cadáveres exquisitos que van apareciendo. Y lo malo, como nos ocurre con la mayoría de los políticos, es que en cinco años nos olvidaremos de ellos. Y vendrán otros y serán peores, con peor gusto y olores más viscosos.