Estas semanas he estado un poco distraída. Muchas cosas en la cabeza, y algunas no deberían ni estar. Sí que es cierto que tengo menos que hacer que si fuese un año como el pasado. Que no sé cómo conseguimos lo que conseguimos pero que lo hemos conseguido y celebraremos ya como si de un cumpleaños se tratara. En una breve conversación con mi coaching sobre lo que podríamos hablar hoy, me dio la idea. Si es que mi Pequete es especial. Tengo dos hijos excepcionales. Déjame que ejerza de madre. Orgullosa. David me dio la idea de hablar sobre la piscina. Y eso devino en hablar sobre el verano en Ávila. Mejor. MI verano cuando era como él. Una niña que contaba en su vida con 8 o 10 años. Y es que estamos deseando que abran la piscina para llevar nuestra rutina veraniega. Pero hoy te hablo de lo que hacíamos cuando yo era más pequeña.
Ávila estaba menos llena. Menos llena de casas, de coches, de cosas que desordenan.
Bajaba a la plaza (sí con 8/9 años) con mis vecinos de barrio a jugar a la pelota, al guá, al béisbol sin bate, a montar en bici, a los colores. Comprábamos chuches a 5 pesetas en La Nati, y si te decían que no fueras hasta el Pradillo o a La Marina pues no ibas. Bueno, con 11 quizá ya te aventurabas un poco y veías que tus padres tenían razón. Escalábamos por los muros casi derruidos de San Francisco y las personas que andaban por allí nos regañaban si algo hacíamos mal (como escalar por las ruinas casi derruidas). Porque había educación social, común, la que podemos encontrar en los pueblos ahora (anda que no me quejaba yo de que me pillaban en todas, que esto parecía un pueblo). Esa educación entre todos se ha perdido. No puedes decirle a un niño de otra madre lo que está mal porque aquello acaba en los juzgados. No tengo pruebas. Pero tampoco dudas. Son contadas ocasiones las que fui al parque con mis hijos muy pequeños y en las que vi que aquello era un campo de batalla. Ahora ya ellos se defienden solos. Siempre con mi apoyo. El hecho es que antes todo era más sencillo. Y si estás en tu cuarta década, como yo, los veranos antes eran más largos. Ahora, ya no solo por el trabajo, las obligaciones y demás quebraderos de cabeza, sino porque en agosto ya estamos con la navidad. Reitero (porque ya me has oído decirlo) cada cosa a su tiempo, y un tiempo para cada cosa. En verano, calor, paz, libros, patines, bici, pelotas y amigos de verano. Veranos sencillos sin campamentos tras campamentos, viajes a todas partes, maletas y estrés y más estrés y más estrés. Porque parece obligatorio hacer mil millones de cosas y salir de vacaciones a la playa a la montaña al extranjero apuntar a los críos a cursos de idiomas de deportes. Que si. Lo sé. La familia ha cambiado. Pero no creo que esto solo sea por el hecho de que yo, madre, trabaje. Influye, como influyó en la revolución industrial y cambió el modelo familiar.
Pero si todo estuviera más ordenado, los niños podrían seguir bajando a jugar a la plaza.