Cuando hablamos de vinos es habitual recurrir, haciendo una comparación futbolística, al Real Madrid y Fútbol Club Barcelona de los caldos, Ribera y Rioja, siendo, si me permiten una inocente maldad, por prestigio, de color del merengue todo lo que sale de los viñedos de los alrededores del Duero.
En mi anterior columna prometí dedicar unas palabras a la que para mí, por mérito propio, se ha convertido en la Denominación de Origen Protegida revelación en España, la DOP Cebreros. Sin que esto haya supuesto una sorpresa para casi nadie y en particular, menos aún, para los que la venimos siguiendo de cerca desde hace algunos años.
Aunque la DOP Cebreros es bastante joven, 2017, sus vinos ya eran conocidos en el siglo XIV, alcanzando una cierta notoriedad en el centro peninsular, sobre todo Ávila y Madrid, durante el siglo XVI. El gran avance, tanto en cantidad como en calidad, se ha producido, en mayor medida, desde principios del siglo XXI gracias a la incorporación de unas nuevas generaciones. Gracias a su talento, pasión, dedicación y esfuerzo, han conseguido consolidar este territorio milenario, posicionándolo como un referente y proporcionando una calidad capaz de competir, ahora con un paralelismo de corte taurino, con los primeros espadas del escalafón.
Al igual que sucede con los abulenses, el clima, mediterráneo continental, y la altura, más de 1.000 metros sobre el nivel del mar, ha marcado el carácter de sus cepas, dotándolas de personalidad, resistencia, sobriedad… A lo que se une una elegancia natural, innata, reflejo de su lugar de nacimiento, las laderas de la imponente Sierra de Gredos y los valles por los que desciende, río Alberche y Tiétar.
No es nada sencillo, ni tengo la más mínima intención de embarrarme en la difícil tarea de intentar decidirme por alguna de las 23 magníficas bodegas que pertenecen a la DOC Cebreros. Lo más recomendable es dar una oportunidad a todas ellas, ir probando y disfrutando cada una de sus creaciones. Porque producir vino es un arte con poder, como diría el maestro Robe, en el que sumergirse, deleitarse… y el entorno en el que se lleva a cabo es el más indicado para que nos adentremos en un maravilloso paraje impregnado de aromas y sensaciones e idóneo para ejercitar todos los sentidos, despertando esas emociones que nos integran en lo más profundo y mágico de la naturaleza.
Me gustaría finalizar mencionando los municipios de la provincia en los que se encuentran sus sedes, porque por su belleza debería, sí o sí, ser obligatorio visitarlos al menos una vez en la vida: Cebreros, Navatalgordo, Villanueva de Ávila, Gavilanes, Navahondilla, El Tiemblo, Navaluenga, El Barraco, San Esteban del Valle, San Juan de la Nava, Lanzahíta, Navandrinal y Burgohondo.