Gerardo L. Martín González

El cimorro

Gerardo L. Martín González


Hace treinta y tres años

27/06/2023

El día había sido caluroso. Entrada la noche, se desencadenó una tormenta, con rayos, relámpagos y truenos, como otras muchas. Alguna vez habían caído rayos en la ciudad, en pararrayos de las iglesias, los lugares mas altos en su entorno, en san Juan, en Santiago, en santo Tomas. Pero aquella noche del lunes entre el 25 y 26 de junio de 1.990, un rayo casi vertical entre cielo y tierra, cayó en el pararrayos de la capilla de la Virgen de la Portería, en la iglesia de san Antonio. Un susto para los que lo vieron y oyeron el tremendo trueno, pero nada mas; el invento de Franklin se suponía habría cumplido con su labor, trasmitir esa energía al interior de la tierra. Pero el cable que debía conducir la electricidad del rayo hacia un suelo profundo, colocado por la parte de atrás del ábside de la capilla, colgaba suelto a unos palmos del terreno de la huerta. El rayo había quedado en el interior, captado en las puntas del pararrayos, anclado con una barra de hierro, a un grueso madero para darle estabilidad, en lo mas alto del cuerpo de la linterna sobre la cúpula. Y allí empezó a hacer su efecto, quemando lentamente la reseca madera, hasta que salieron unas llamas que fueron observadas, tal vez por los churreros que aún mantenían en la plaza su caseta, después de las fiestas habidas no hacía mucho en la placita inmediata, dando cuenta al servicio de bomberos, que había un incendio en san Antonio. Llegaron los bomberos, subieron a la cubierta de la iglesia, no al de la capilla dada su inclinada pendiente, y por tanto alejados del foco del incendio, desde donde observaron las llamas no excesivamente alarmantes. Subieron mangueras, y empezaron a inundar la zona donde se veían las llamas, hasta que dejaron de verse y se fueron, manteniendo un retén. Avisadas las autoridades civiles y eclesiásticas, bien entrada la noche, se personaron en grupo allí, el alcalde Antonio Encinar, el obispo Felipe Fernández García, y otros, entrando en la iglesia y en la capilla de la Virgen, para comprobar los efectos del incendio, mirando hacia arriba y haciendo sus comentarios, y se fueron. No había pasado mucho tiempo, cuando todo se vino abajo estrepitosamente, la linterna con sus vidrieras, la cúpula pintada y la lámpara de cristal de roca, todo hasta el nivel de la cornisa, afortunadamente en vertical, dañando el piso de madera, pero milagrosamente no los retablos laterales y las pinturas, algo mojadas. El fuego latente y no visto, había ido haciendo su labor destructiva, en una estructura de madera, tal como se hacía en la época en que fue construida la capilla, iniciada en 1728, con proyecto del arquitecto discípulo de Churriguera, Pedro de Ribera, en estilo barroco madrileño, riquísimo en detalles, aunque ahora ya faltaban los espejos que se instalaron en la cúpula, quedando solamente una referencia pintada de las doce puertas de la Nueva Jerusalén, de la que habla el Apocalipsis, con su nombre, que solo pueden apreciarse ahora con unos prismáticos, todo ello un ejemplar único en Ávila. A la estructura sustentante de madera, se unía la formación de la cúpula, llamada de costillas, pues se formaba así su curvatura, y después entablada, sobre la que se terminaba con yeso in situ que permitía verla perfectamente semiesférica en su cara visible. Los numerosos pináculos, volutas y adornos exteriores que enriquecen este barroco, eran también de madera tallada y después revestidos de chapa de cinc. Todos los restos fueron sacados al exterior de la huerta, donde pudieron ser evaluados, base de la reconstrucción junto a los magníficos dibujos de 1933 de don Luis Moya Blanco, profesor de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, y autor, entre otras, de la impresionante Universidad Laboral de Gijón, obra franquista, que como hizo el comunismo en el metro de Moscú, para que los obreros disfrutasen, al menos con la vista, de los lujos que disfrutaba la clase pudiente, así se hizo esa Universidad, hoy dedicada y fraccionada en varias entidades, pero que conserva la excelente arquitectura de Luis Moya, especialista en bóvedas nervadas de ladrillo, que tienen su mérito.
Vista la desolación de los frailes franciscanos, a los que se suponía no podrían reconstruir esa capilla, se unieron como nunca se ha visto, todas las fuerzas políticas y religiosas para tal fin. Así, inmediatamente se convocó una reunión en el despacho parroquial, cuyas dimensiones no daba para albergar a tantas personas, se definió y se acordó que el proyecto y dirección de obra lo haría el arquitecto del obispado, la empresa constructora seria Volconsa, entonces de fama reconocida en restauraciones y con sede en Ávila, el ayuntamiento por voz de su alcalde Antonio Encinar, perteneciente al partido CDS de Adolfo Suarez, agilizaría los trámites municipales, y la financiación correría a cargo de la Consejería de Fomento de la Junta de C y L, por voz y entrega inmediata y personal de su Consejero, el candeledano José María Monforte, a los que nunca se les agradecerá suficientemente, tal rapidez y agilidad en los trámites, consiguiendo un récord de ejecución, pudiéndose hacer así al no estar declarado BIC, que exigiría pasar por trámites largos, burocráticos e inspecciones, de la Comisión de Patrimonio. Se eliminó totalmente la madera y el plomo, y todos los pináculos y adornos son prefabricados de hormigón especial. Mas se podía decir, pero en el día de hoy, solo basta con el recuerdo.