Estos días, en Ávila y en otros muchos sitios del mundo, hay celebraciones en honor de santa Teresa de Jesús o santa Teresa de Ávila. A Teresa de Ahumada, con el apellido de su madre, asi se llamaba hasta que, en un momento determinado, que ningún historiador ha precisado, empezaron a llamarla, según costumbre, poniendo primero el apellido del padre, Cepeda. A nuestra Santa, asi, sin más, decir «nuestra santa» ya sabemos a quien nos referimos, la Santa, como si no hubiera otras opciones, se la conoce por sus escritos, por su misticismo y por su vida, que ella misma nos la contó. Por su vida, sus maravillosos escritos, reconocidos asi por el mundo intelectual, y por supuesto por la jerarquía eclesiástica, unos más fáciles de leer y entender que otros, fue nombrada doctora de la iglesia, la primera mujer con ese título, a la vez que a santa Catalina de Siena, sobre el momento en que vivió, sobre su herencia espiritual y sus palomarcicos, hoy día casi los únicos que resisten la crisis vocacional de vida consagrada, y sobre todo lo que la rodeó, incluidas enfermedades, se han escrito, hablado, estudiado, infinidad, y lo que aún queda. Para todos, además, está esa majestuosa talla que sale en procesión solemne el día quince de octubre, sobre el que va mi comentario.
Poco tiempo después de su canonización (1632), los PP. Carmelitas de Ávila, encargaron a Gregorio Fernández esculpiera, en recordatorio del acontecimiento que tuvo lugar en la portería del monasterio de la Encarnación, esa experiencia mística de la Santa, ante la imagen de un Cristo muy llagado que allí se encontraba, y que ella describe en El libro de la vida. Consistía en un grupo de dos tallas, una la imagen de Cristo atado a la columna, y la otra, a santa Teresa de rodillas ante El, lo que la obliga a tener la mirada hacia arriba, con la mano izquierda junto al pecho y la mano derecha, brazo extendido, con los dedos separados. Poco tiempo duró como conjunto, difícil de exponer en una iglesia, pero si en un museo (se hizo una copia exacta en el año 2013, digitalizada en 3D, que está en el Museo Teresiano, en la cripta de la iglesia) y se separaron las imágenes originales; la del amarrado a la columna, fue a un altar de la nave lateral de la epístola, donde no se puede apreciar totalmente la imagen, con esa espalda casi desollada que impresiona. La imagen de la Santa, fue a presidir la capilla donde se supone ocupaba el lugar de su nacimiento en la antigua casa familiar, y hoy recreada asi para el turismo. La imagen está tallada con el hábito completo de las monjas carmelitas; pero debió parecer, a quien fuera, que asi era demasiado pequeña, pensemos que está de rodillas, por lo que la colocaron ya entonces, una capa de tela blanca y un velo, lo que Ponz, en el siglo XVIII (predecesor de viajes por España, lo que años más tarde haría Gómez Moreno) criticó así: «la han hecho ridícula con una capa de damasco blanco, que han sobrepuesto a la que hizo el escultor…». Algo tuvo que ver la moda, imperante en el barroco, de las vírgenes vestidas, que ha dominado casi toda la imaginería mariana hasta hoy, y asi se construyen actualmente, solo vistas cara y manos, y el resto un andamiaje para ser forrado con telas y mantos. Las primeras imágenes a vestir, procedían del románico, que no se adaptaban muy bien para ser vestidas, por lo que las destrozaron a hachazos para que asi pudiera ser. Entre miles, ejemplos tenemos en Ávila, entre otras, la virgen de la Soterraña, hoy restaurada, o la Virgen de Sonsoles. ¡que Dios perdone a aquellos devotos, y a la iglesia que lo consintió! Todos quieren aportar por amor a «su» virgen, lo mejor, lo que se les ocurre o está de moda. Para engrandecer a la santa, hace algún tiempo, se ampliaron las andas de plata, que portan a hombros veinte hombres seleccionados, vestidos correctamente, traje oscuro, corbata y zapatos, todos iguales, y otros tantos de relevo, que lo hacen con la máxima devoción, la pequeña imagen de la santa, con unos mantos inmensos, que sobrepasan las andas, lo que da gran majestuosidad. También están los adornos de todo tipo, como el bastón de alcaldesa de la ciudad, que cuelga, no puede ser de otra manera, de la mano; medallas, condecoraciones, rosarios, y sobre todo joyas, como sortijas de variado valor, en casi todos los dedos posibles y a pares, cosa que afortunadamente ya no se hace. Pero sigue teniendo un absurdo e inventado cinturón negro, del que cuelga una tira donde se prenden muchas cosas, que no debían salir del museo, pues la imagen no lo necesita. Y esto era una tentación para los ladrones. Asi, el 17 de febrero de 1883, un caco (¿pudo ser por encargo?) escondido en la iglesia hasta su cierre, entró en la capilla y serró la mano izquierda (no solo desmembraron el cuerpo carnal, sino también la imagen de madera) escapando a la mañana cuando abrieron las puertas. San Enrique de Ossó (fundador de las Teresianas, para los abulenses «las carmelitas del valle», cuyo nombre llevó una residencia femenina de estudiantes, aquí en la ciudad, y hoy cerrada) promovió una suscripción popular, para reemplazar esa mano, por otra de plata. Y se hizo, y en poquísimo tiempo, no de plata, sino de oro macizo, más de un kilo, costeada según partes de la misma, con donativos, y por distintas asociaciones, especialmente catalanas, que peregrinaron hasta Ávila para traerla.