Lo primero que me preguntaría ¿y que es un curso? Mi diccionario tiene una gran extensión sobre esta palabra, del que cojo solamente algunos detalles. Puede ser un curso escolar, que se extiende a lo largo de un año: puede ser cualquier otra actividad desarrollada también a lo largo de un año; puede ser un curso de agua, la de un rio, que como decía Heráclito, no nos podemos bañar dos veces en el mismo lugar, porque sus aguas corren, según su curso, y ya no serán las mismas, sin embargo, seguirá llamándose el rio Adaja, Duero o Amazonas. Cambiar es una constante de la vida, es una renovación, es otra cosa, aunque sigamos conservando la misma identidad. Y ¿a qué viene esta introducción pseudofilosófica? Conclusión: que seguimos siendo los mismos, aunque cambiemos.
Si nos referimos a la política, lo mismo sean conservadores que progresistas o mediopensionistas, todos cambian algo, o mucho. Si son nuestros hijos, son los mismos con cuatro años que con treinta, aunque hayan evolucionado. ¿y que podemos decir de nuestros pueblos o ciudades? ¿Ávila cambiará mucho? Parece ser que todo depende del querido u odiado dinero, que como la materia, ni se crea ni se destruye, solo se trasforma. Que, si queremos ayudas, subvenciones, mantenimiento de infraestructuras, nuevos carriles bicis o coches eléctricos, que nos lo están metiendo con calzador, diciéndonos ¡oh, oh, que buenos son! porque nuestro pie no se adapta al zapato que nos quieren vender, mejores sueldos, mejores trasportes, mejores servicios, mejor sanidad, todo mejor, y asi hasta el infinito, todo eso cuesta su dinerito, y si no lo hay, habrá que sacarlo de algún sitio, y asi trasformar el dinero en bienes concretos. Como no lo hay, porque el dinero es finito, que no es cosa de dar a la manivela y ya está, solo se obtiene de dos maneras básicas, o con impuestos o con deuda, ninguna de las dos buenas para el bolsillo. Los impuestos, palabra que empieza por im, de imponer, de obligar, por las buenas o por las malas, es lo más fácil y lo mas impopular, porque la deuda, es decir, deber a otro con la obligación de devolver en su día y con intereses, la hace la Administración y apenas nos enteramos, y si nos enteramos es con albricias y alegrías de los que piden, diciendo que han colocado en el mercado de la deuda unos cuantos miles de millones, y se ha cubierto enseguida. ¡y ni una palabra de sentirlo! Hoy la Deuda del Estado español, según datos del Banco de España a 19 de agosto, asciende a mas de un billón, con "b" de burro, seiscientos millones de euros, un 109 % del P.I.B., que dicho a la pata la llana, quiere decir que gastamos más de lo que producimos, y esto en ascenso continuo. Pero no pasa nada, nuestra generación vivirá bien en ese estado del bienestar paradisiaco, pero falso, mientras el estado se endeude para seguir manteniendo el tipo. Lo pagarán las siguientes generaciones, nuestros hijos y nietos, pues el país será mas pobre. Esta forma de vivir asi, un año y otro más, sin ninguna novedad realista, la tienen el estado, algo las autonomías, y en menor escala los ayuntamientos, que al final todo repercutirá en el ciudadano, que es el pagano de esta vida ficticia. El caso es que nadie quiere vivir peor que hoy, y cuando un gobierno ha intentado poner coto a la deuda galopante, surgen las revueltas, pues nadie quiere vivir haciendo sacrificios, pues asi nos han educado; véase lo que pasa en Argentina, cuando se intenta reducir las pensiones; véase en Francia, que nadie quiere trabajar ni un día más de lo que estaban acostumbrados; véase en España que se quiere trabajar menos horas, pero cobrando lo mismo, sin tener en cuenta el rendimiento.
No se cual puede ser la solución, pues ni soy economista ni de grandes luces. La evidencia es que no queremos ver mas allá, el futuro incierto, el que vivirán nuestros descendientes. Vivimos bien, algunos hasta muy bien, aunque si escarbamos un poco, hay muchos que no lo ven asi, y sufren. El Ayuntamiento de Ávila subirá algunos impuestos, por lo que tendremos los ciudadanos abulenses que hacer economía doméstica, quitar de aquí para ponerlo allá, que suele repercutir en el consumo. Nuestro consuelo es el espiritual ¿para que quieres el dinero si te vas a morir igual? Todo por la paz social, todos sin mover un pelo, aunque te hundas.