David Ferrer

Club Diógenes

David Ferrer


Para ti

21/02/2024

A veces te lo dicen de pasada, de manera más abierta o avergonzada, con una sonrisa cómplice, o de maldad o de timidez o incluso admirativa; puede ser en una calle, en un pasillo, o en ese bar donde ya directamente te ponen el café como saben que te gusta y lo acompañan de tres churros contados porque a esas horas ya se acaban. A veces te lo dicen con expresiones tajantes: tú sí, muy bien o sé tú mismo. En ocasiones lo confirman con un guiño, un pulgar levantado o en cualquiera de las variedades de los lenguajes no verbales o de signos. No hace mucho me crucé con alguien que lo sabía o que creía reconocerlo. Sí, es verdad, me sonabas de algo. No es raro que algunos se hagan los encontradizos, los desconocedores, los que lo nieguen hasta tres veces antes de confesar que lo han pasado por los ojos o que han entendido el contexto. Es dulce en ese momento de derrota que supone el final de un curso o de una clase, cuando has dado todo, cuando llevas hora y media hablando sin parar, y aún así alguien se acerca y en voz baja te lo dice, lo asevera, lo confirma. Me ha ocurrido al subir a un taxi. Yo no veía más que los ojos del conductor y por unos pocos minutos, me sentí como uno de los usuarios famosos que se suben al vehículo de Taxi driver. Pero dijo: yo te leo. Hace tiempo me lo hicieron saber en un gimnasio, en un vestuario, sudorosos y exhaustos, y hasta una señora me lo reprochó en la calle alegando que esto o aquello no le había gustado. Pero es que hay para todos los gustos: los que nunca te abandonan, como el desodorante, los que reprimen su mala conciencia con un comentario gentil aunque, en el fondo, sabes que todo era mentira. Y quizá tú también eres mentira, quizá tú tampoco saludarías a otro si así escribiera. Esto es una caja de sorpresas. Una vez en un email alguien me dijo haberme leído desde más allá del charco. No son pocos kilómetros o millas náuticas o como quiera cuantificarse. Pero por encima de todo, muchas veces reina el silencio: no hay una mirada, no hay un solo comentario o queda un vacío terrible y absurdo como si fuera un saco roto. Uno sabe que escribe aquí para alguien, quizá para uno mismo, muchas veces sin estar del todo convencido. Y habrá quien en su sano juicio, en su derecho ignore esta contraportada, ignore cómo se llama esta columna, desconozca cuáles son los temas que trato en estas líneas. No importa. Son muchos los que no llegarán hasta aquí. Pero si has alcanzado este puerto, quédate. Y gracias. Yo siempre escribo para ti, seas quien seas. Aunque no me lo digas.  

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