Francisco I. Pérez de Pablo

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Francisco I. Pérez de Pablo


Los veranos de Ávila

01/08/2023

Llegó agosto y por delante cuatro semanas ociosas donde lo que no se ha hecho hasta ahora no se hará y casi todo se dejará para septiembre. Sin embargo, la resaca electoral va a estar presente entre piscinas, barbacoas y tintos de verano, mientras la clase política decide quién y cómo se va a gobernar el país. Hipótesis, cábalas, presunciones o conjeturas ya han hecho aparición en un tablero de juego dominado por minoritarios y excluyentes que en estas semanas bajo el disfraz de unas negociaciones esconden conspiraciones, conjuras e incluso complots únicamente para lo suyo, con total desprecio para otros ciudadanos y territorios.

Mientras se van a ir sucediendo los acontecimientos y despejándose las incógnitas, Ávila se convierte en ciudad de vacaciones. A cualquiera que le pregunten les dirá que cuando mejor se está en esta ciudad es en el periodo estival, incluso una gran parte de sus ciudadanos no tiene la necesidad de salir en estas fechas de la ciudad amurallada, aparcando las vacaciones para fechas muy posteriores cuando la soledad, la oscuridad y el frio se adentran entre sus calles. Además, en los meses de verano regresan los que en su día decidieron –por diversos motivos– dejar una Capital a la que regresan buscando ese tiempo que no ha transcurrido del todo por ella. Unos vienen con la humildad propia del emigrante, otros solo regresan para pavonearse de lo bien que les va su vida haciendo ostentación propia de sus logros.   

Los veranos de Ávila –de antes– permitían identificar y diferenciar a una ciudad de provincias. Con pocas piscinas (no había las urbanizaciones actuales), el río o el pantano eran lugares obligados si no pertenecías a alguno de los clubs sociales (La Peña, el Tiro de Pichón o el Casino Abulense) que ofrecían un programa de actividades lúdicas restringidas a sus socios (colar a una amiga o amigo era deporte de riesgo obligado) y donde entre eventos y verbenas, entre pandillas y pandillas, se iban componiendo noviazgos y matrimonios. Nada de eso existe ahora y es que esos clubs recreativos de encuentro tradicionales –también de negocios– por mor de las conquistas sociales, o bien han dejado de existir o bien su influencia ha dejado de ser necesaria o están en una profunda transformación, cuando no huida.

En Ávila el verano era sinónimo de los Festivales de España. Obras de Teatro, conciertos, zarzuelas, humoristas, etc. con artistas de primer nivel se daban cita al aire libre en la Plaza de Fuente el Sol o en los patios de la Casa Social, entre otros sitios. 'Carnaval de Venecia' de la compañía lírica de José Tamayo cerraba la edición de 1973. Camilo Sexto, con su 'Jesucristo Superstar', sonó entre los místicos. Al acabar las representaciones, si la noche lo permitía, no podía faltar la horchata o la leche merengada en copa de cristal y barquillo en una de las pocas terrazas de entonces – Pepillo–.

Los veranos actuales en Ávila han cambiado sustancialmente, porque la ciudad y sus gentes tiene otros gustos y exigencias. También porque quizás la ciudad no da para más o no se quiera que dé más. A ello ha contribuido una mejorada climatología hasta el punto de que muchas noches, ya, no se hace tan necesaria la popular 'rebequita' por si refrescaba. La ciudad mantiene esa libertad de poder hacer varias cosas a la vez, ya sea por la mañana o por la tarde, dando tiempo a subir a la Laguna de Gredos y llegar a la sesión de cine de tarde. Lo que no ha variado con el paso de los años es el acostumbrado paseo nocturno con parada obligada en la heladería –la principal la de unos valencianos afincados más de medio siglo atrás–, que da nombre usual a la plaza donde está el establecimiento. La proliferación de terrazas y la carencia de un sensato y oportuno programa cultural están haciendo lo que hoy son los veranos de Ávila, fiando toda su existencia al repetitivo Mercado Medieval. Que pasen un buen verano.