–¿Recuerdas lo que decíamos hace veinte años?
Sofía se giró. Álvaro estaba allí, apoyado en la barandilla de piedra, con la mirada clavada en la calle Reyes Católicos.
–Sí –respondió, tras un breve silencio–. Y recuerdo que nadie nos tomó en serio.
Frente a ellos, la calle seguía en pie, pero vacía de propósito. Tiendas de souvenirs con imanes de nevera, franquicias de cafeterías idénticas a las de cualquier otro sitio. Turistas con móviles en la mano, siguiendo rutas preestablecidas sin necesidad de hablar con nadie.
–Se suponía que el turismo nos salvaría, ¿no? –murmuró Álvaro con ironía.
Sofía negó con la cabeza.
–Se suponía que tendríamos algo más.
Entonces lo recordó.
Era 2025. Estaban en la misma calle, sentados en una terraza, hablando de todo lo que se podía hacer.
–La gente se va, Álvaro. Los negocios cierran.
–Porque no estamos haciendo nada para que esto cambie.
–Nos estamos quedando atrás.
Álvaro le dio un sorbo a su café y miró a su alrededor.
–Necesitamos que los negocios locales entren de verdad en lo digital. No solo redes sociales, sino de verdad. Empresas que automaticen sus procesos, sectores tradicionales que se reinventen, formación en tecnología…
Sofía asintió.
–Hay que cambiar la mentalidad.
–Y no podemos esperar a que las instituciones lo hagan por nosotros.
Ese día hablaron de soluciones. Hacer de Ávila un lugar atractivo para el talento. Apostar por la digitalización de los negocios. Crear espacios de trabajo para profesionales remotos. Pero al final, todo quedó en ideas.
Y tres años después, Álvaro se fue.
Sofía se quedó en silencio. Miró a su alrededor y vio un local con las persianas bajadas y un cartel de "SE ALQUILA" que parecía llevar años ahí.
–¿Qué había aquí antes? –preguntó Álvaro.
–Una academia de idiomas –respondió Sofía tras una pausa–. Cerró hace tiempo.
Álvaro chasqueó la lengua.
–No supimos ver lo que venía.
Sofía asintió.
–Mientras en otros sitios creaban centros de formación en digitalización y tecnología, aquí seguíamos sin entender que el conocimiento no solo es un negocio, sino el futuro.
–Ahora las empresas que buscan gente cualificada ni siquiera miran aquí.
–Y los jóvenes que quieren aprender algo nuevo tampoco.
Álvaro suspiró.
–La ciudad dejó de ser un lugar donde se creaban oportunidades. Solo quedó el turismo… y las persianas bajadas.
Sofía se giró hacia él.
–Y nosotros dejamos que pasara.