Ya todo parece que vale en el discurso. Solo escuchen. Simplemente. Eso sí, con una buena dosis anímica dentro de la abulia generalizada. Escuchen lo que dicen los políticos. Con o sin escándalos, con o sin comisiones. Con o sin piezas mayores, socialistas o populares, nacionalistas o … Cambalache y ajetreo dialéctico en una guerra anodina de insultos y degradación de la vida política y con ello de la democracia. No importa que sea A, o B o J. Escuchen atentamente siquiera medio minuto. No más. No hace falta. Llega para hacerse una composición real de lugar. También del nivel por el que quieren hacernos pasar un tiempo cansino, áspero, grisáceo. Apenas importa la noticia, todo vale. Vale cualquier cosa, cualquier escándalo, cualquier tragedia. Todo es foto y pose. Que se lo digan a los enfermos de ELA y la penosa actuación en el congreso de nuestros diputados. Cinco, que entraban de fumar. No hay otros problemas, iguales en atención. Pero sirve para fracturar quien gobierne. Solamente se buscan réditos a corto plazo, inmediatez. Tiempo de medias verdades y muchas mentiras que solo unos y otros sin recato utilizan como arma. Llevamos unos meses de legislatura, pero se nos va a hacer inmensamente largo y tedioso. Tras las gallegas y éxito de Ruedas, las vascas.
Falta respeto institucional. No se respetan las instituciones. Ni tampoco se guardan las formas. No interesa. Daño. Daño, daño a la democracia. Los monotemas no cesan, y hoy todo es barra libre y amnesia total en la parroquia propia. Pero estamos hechos de carne y hueso y esto, por mínimo que sea, es un riesgo que preocupa más que el dedicarle medio minuto a algún político. Éstos al final tienen lo que han labrado, desdén. Activa y pasivamente.
Hace nueve años solo se hablaba de regeneración. Hoy esa palabra no existe. Tampoco parece importar mucho. El discurso no existe, el debate es una quimera y el cortoplacismo como las políticas clientelares siguen aposentadas en los cenáculos del poder, condenando a la sociedad española ya de por sí sumisa. Cuánta hojarasca en el proscenio de la nimiedad. Cuánta sorna corrupta y clientelar y mirar hacia otro lado.
Las pasiones más viscerales acompañadas de exabruptos y medias verdades o mentiras según se mire, ganan el pulso. Y lo hacen ante la abulia y la indiferencia de una ciudadanía que ha dejado de creer y confiar en sus políticos. También en votar a pies juntillas y fiel una tras otra. Algo ha cambiado. Llegó lo nuevo pero no era tan nuevo salvo en el envoltorio y lo viejo no es capaz de quitarse la costra que arrostra desde hace décadas y la hunde. Y lo nuevo hace aguas. La gente se ríe de la política, ha aprendido a hacerlo y no tomarse en serio la misma. Lo que es un error y un manto de campo sin puertas para quiénes copen el poder sin control ni explicación de lo que hacen y no hacen. Nadie exige en este erial de impunidades responsabilidad y a lo sumo, de hacerlo, quiénes pasivamente la sufren, creen que, con ella, la electoral, se sustancian todo tipo de responsabilidades. Se sobresaltan y escenifican con las encuestas. Demasiadas lecturas. Las acribillan y denostan a sus autores e intérpretes, apelan al voto útil o al voto que frene a unos y a otros, pero la pregunta es fácil, ¿a quién y por qué interesa la política?
Hemos degradado la democracia y la hemos relegado al mero hecho del titular de turno y el voto en urna. Pero debe ser algo más, la columna de una sociedad. Aunque mire hacia la indiferencia.