La historia es una noche que sólo es alumbrada cuando hay destellos de luz que te sitúan en ella. Sin esos destellos, desconocemos nuestro pasado, lo que viene a significar que no sabemos de dónde venimos y porqué hoy somos lo que somos. Sin conocimiento de la historia, estamos abocados a cometer los mismos errores. La luz de la historia nos la dan los testimonios de quienes la vivieron, son ellos quienes nos pueden alumbrar en la noche del pasado.
Porque los libros de historia nos cuentan los hechos que ocurrieron en un tiempo, pero no las vidas de quienes los vivieron. Para meternos en la piel de quienes allí estuvieron, están la autobiografía y la novela que, aunque ésta no se ajuste a personajes reales, si está bien documentada puede meternos en la piel de sus protagonistas. Alejandra es el título del libro escrito por Jesús Toral a partir de la voz de los recuerdos de su madre. Podría decir que es una autobiografía de la madre escrita, con admiración, por el hijo casi como si fuera una novela. Y también que es el libro leído en este verano que más me ha atrapado y emocionado. Libro de lenguaje poético, en él visualizamos los lugares como la casa, el pueblo o la escuela. Pero también sentimos el dolor, la injusticia o la solidaridad, pues está escrito tanto con dosis de amor y belleza, como con un dominio más que notable del oficio de escribir.
Conocí a Alejandra este verano, cuando presentamos mi libro Porque fueron, somos en el pueblo abulense de El Arenal. Tiene noventa y siete años y una claridad de mente, una memoria y una vitalidad asombrosas. Y una paz interior que rebosa en afabilidad. Alejandra, ha afrontado su vida como si fuera una tierra de cultivo que ha ido roturando con el arado de la dignidad y de la confianza en sí misma, a pesar del sufrimiento, el oprobio y la pobreza que fueron sus circunstancias de partida. "Éramos una familia muy humilde, no teníamos nada, pero no echábamos de menos nada, quizá porque no lo conocíamos". Y fue sembrando esa tierra roturada con un gran amor a los suyos, con una enorme voluntad de superación, con la decisión de no rendirse ante quienes les humillaron. Hoy, puede seguir recogiendo el grano de los cuidados dados, o sentarse bajo la sombra de los árboles por ella plantados.
Alejandra, siendo niña, vivió la guerra en su pueblo y vio cómo se llevaban a su abuelo para fusilarlo y cómo su padre sobrevivió a dos años de cárcel. "Ni en los ojos de mi madre ni en la casa había ya sitio para la alegría… Me fui apagando poco a poco. La tristeza es una enfermedad contagiosa". Pero la mala condición humana de otros, no quebró su lucidez y su fuerza para tejer, con la entrega y la voluntad, una trama de vida llena de trabajo, amor y presencia. Porque Alejandra sabe que lo que hoy somos, pertenece a la memoria, y que ella es nuestra dignidad cuando está limpia como el agua. Alejandra, es la memoria viva compartida; gratitud inmensa por ello, sentimos.