El director del Diario de Ávila, Pablo, nos exhorta a hacer algún guiño a la ciudad y a la provincia cuando escribimos. De vez en cuando es posible; yo insisto en la España vaciada y, añado, silenciada. ¿Es posible ser optimista?
Recuerdo el inicio del verano. Las musas estaban de vacaciones, como cantó Serrat y, mientras, al igual que Umbral iba a comprar el pan, yo me acerqué a por mi décimo de lotería a Dña. Elenita.
Recorría la calle y el verano estaba al caer. Se oía el griterío. Habían soltado a la chiquillería del colegio Pablo VI al recreo; el clamor infantil apuntaba a vacaciones. Era una gozada ver el futuro al menos el de la capital, aunque no podamos decir lo mismo de algunos pueblos circundantes, puesto que los padres renuncian al colegio municipal para llevar a las criaturas a la ciudad. ¿Ignoran que en el pueblo no hay masificación de alumnos?
El estío llena la ciudad de turistas. La ciudad y pueblos recobran vida, aparentemente, pero sabemos que es transitorio, artificial y de corto recorrido. Cerró el verano las Jornadas Medievales Ciudad de Ávila, 120.000 visitantes, el doble de su población. Al igual que ocurre en otras ciudades españolas, algunos paisanos huyen cuando aparece la serpiente turística convocada por la fiesta del lugar. Sí, el turista es necesario, pero también es necesario cierto orden.
Finalizado el verano las cosas vuelven a su ser. El turismo, flor de un día, es industria muy perecedera y pasada la marabunta volvemos a la cruda realidad del invierno, las calles son carcasas vacías.
Estar en el corazón de Ávila de los Caballeros, si además el día es frío y la calle está desierta, el eco del silencio es perturbador. Nos gusta la soledad, no el abandono y la dejadez. Similar imagen se repite en otras ciudades del interior castellano.
Leí como algunos políticos se lamentaban por la caída del número de votantes. ¿Y qué esperaban con una población decreciente? ¿Qué hacen para evitarlo y revertir la situación? ¿Qué pasa con las comunicaciones? El tren, el peaje de la autopista… Hemos entrado en una pendiente de difícil solución. Si los políticos actuaran en consecuencia, esta ciudad y esta provincia tendrían un desarrollo importante. Hartos están los abulenses de reclamar unas comunicaciones acordes al siglo XXI, y concretamente las conexiones por carretera con la capital. ¿Hay que esperar al final de esta década para que eliminen los peajes? Si valoraran el impacto humano, social y económico de anticiparlo a la fecha prevista, tal vez el desarrollo de esta ciudad y provincia crecería de manera importante. Y añadimos el asunto de seguridad, la vida es muy valiosa para perderla en una carretera alternativa de mala muerte.
¿Y qué decir del tren? Décadas lleva Ávila reclamando un ferrocarril digno, a más protestas más recortan. Escasez de trenes, tiempos infinitos, precios e impuntualidad. ¿Se mofan del personal?
Esos responsables del bienestar ciudadano, ¿qué hacen? Les vaticinamos que habrá menos electores si la vida no ofrece facilidades. ¿No entienden que sin votantes ellos tampoco durarán mucho más?, la ecuación es de una sencillez pasmosa.
Si el poblamiento se reduce, se reduce el número de concejales; también habrá menos diputados y, lo que es peor, su fuerza será irrelevante en aquellos lugares donde se decide el futuro. La España vaciada será también silenciada y será tan insignificante como sus políticos, pero ellos en sus mansiones y el resto en sus casas.
Y concluimos: no es que sean lerdos, sino que la gente, el pueblo, les importa un bledo.
No hay niños, luego no hay maestros: no hay futuro. No hay hospitales adecuados: los enfermos serán tratados en lugares lejanos. Ni los geriatras quieren venir a un sitio donde por la tipología de sus pacientes debería abundar esta rama de la medicina. Como dirían en la sanidad privada no les faltarían clientes, pero estos ciudadanos de edad provecta no son rentables para los privados.
Los viejos son tratados por otros especialistas y eso carece de sentido. La comunidad envejece y también lo hace la media de edad en casi tres años más. Señores políticos se les van los votantes. El diagnóstico es: peligro de muerte.
Con permiso, remedaré al Pastor luterano Niemöller: Primero cerraron los cuarteles, no me importó porque no me gustaba la guardia civil. Luego cerraron las iglesias, e igual me dio porque yo no asistía a los ritos. Después los tenderos se fueron a la ciudad ante el bajón de habitantes, no me atañía, yo tenía coche para desplazarme. Luego eliminaron la frecuencia de las líneas locales de autobuses, como dije yo tenía coche… Y así me fui haciendo viejo y no me renovaron el carné. Finalmente, un día fui a tomar un café y me encontré solo y el bar cerrado.
Un síntoma mortal es, lo hemos comentado alguna vez, cuando se cierra el bar del pueblo. El golpe es definitivo. Como si una catástrofe se hubiera cernido sobre la población, no hay personas, las casas se derruyen poco a poco, y el silencio lo ocupa todo.
Con la pandemia algunos buscaron recuperar su vida en el mundo rural, fue un espejismo. Cuando las cosas volvieron a su cauce, los peces urbanitas volvieron a las aguas urbanas, aunque contaminadas es el hábitat donde pueden vivir; lo cristalino y transparente es demasiado peligroso.
Por supuesto, ya no se escuchará el griterío de los niños ni las toses de los viejos, solo un silencio clamoroso dará la bienvenida a quien se atreva a adentrarse en esas ruinas de la España vaciada, abandonada y poco a poco silenciada. No es pesimismo, es la realidad.
Busquen el poema de Niemöller… y verán cómo acaba.