Dan título a esta columna unas palabras que Albert Camus pronunció en 1957 al recibir el Premio Nobel de Literatura. En la labor de construir y sostener el mundo son muchos los que están y, entre ellos, los hay que son poetas y que, con cada nuevo libro, están haciendo un acto de resistencia ante la evidente desintegración del mundo. Desintegración motivada por las múltiples crisis: medioambiental –cambio climático-, política –los extremistas anti demócratas al poder-, humana –el imparable ascenso del odio y la estupidez-, educativa –primacía del utilitarismo sobre el humanismo-, etc. La palabra, cuando es verdadera y nace de la hondura existencial, nos arrebata de esa máquina trituradora que nos rodea, dando así sentido y aliento a nuestras vidas.
Hace unos días el buen amigo y poeta abulense Miguel Velayos presentaba el último de sus asaltos que con la palabra afronta, pues como escribe: "La vida (es) como un ring en el que hay que mantenerse en pie pase lo que pase." Cuadrilátero – Editorial Páramo, ilustraciones de Irene Araus- es su título y en él, el poeta boxea con su sombra, con el mundo, con el amor, con el tiempo, con la pérdida, con la memoria, durante esas "horas heroicas" en las que contemplamos la vida y que nos explican que "en la ligereza se resuelve la vida", porque entonces el poeta se habla y se dice que "yo no sé traicionarme en las palabras". Toda una apuesta por la existencia coherente, auténtica, intensa, y que hace extensible al lector.
Recordó Miguel la tan repetida frase del filósofo alemán Theodor Adorno de que "Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie". Quizá este pensador creía que la poesía es la inútil armonía de las palabras bellas y huecas, que de tanto repetirse desgastan el alma del poema. Nada más lejos de lo que hoy es necesario para luchar contra esa barbarie de entonces y las barbaries de ahora. Porque escribir poesía es un acto de rebeldía ante el poder, es el dar luz a cada vida individual, es el significar la existencia colectiva. En palabras de Miguel: "… Contra el humo de Auschwitz, contra la terquedad que llena de ponzoña el pensamiento, contra el tiempo que mata, contra el mundo que mata… de nuevo, la poesía".
La poesía siempre es subjetiva y en esa subjetividad el lector puede o no reconocerse por proximidad a la suya propia. Pero hay poetas en torno a los que se crea un consenso positivo. Como con Miguel, pues a quién no han de emocionar versos como estos: "No sirven los poemas para quitar el miedo, no detienen la guerra, no hacen crecer el pan, no mitigan el frío, ni derriban los muros ni compensan los mapas, ni aminoran la sed. /… No existen los poemas para cerrar las lágrimas. / Los poemas nos sirven para arañar la luz." Dejo a los afortunados lectores y a su voluntad de vida, esta invitación a sumergirse en su palabra y que, con los versos del poeta, sientan que están haciendo un acto de resistencia para, tal como Camus dijo, impedir que el mundo se deshaga.