Pudo cambiar la historia, o tal vez, la supervivencia de Carrero Blanco a la muerte de Franco, no hubiera complicado el camino hacia la democracia. O tal vez, aquella muerte esa mañana del 20 de diciembre lo cambió todo, empezando por una precipitada percepción del final del régimen. El dictador era ya un anciano débil y enfermo. Y su círculo familiar probablemente influía en él más de lo que se pensaba. Son las incógnitas que hay penden, en esa nebulosa entre la amnesia y el silencio. Pero ese día los españoles y el propio régimen sintieron miedo. Incertidumbre. Sorpresa y quizá, para muchos, una sensación de desolación y fragilidad como nunca antes habían sentido.
Sobre ese atentado, la operación Ogro del comando Txikia, las especulaciones, cuál conspiraciones, siguen cincuenta años después encima de la mesa. Como un presidente podía llevar tan poca escolta o protección, amén de si los servicios secretos formaban o no parte de ese cinturón, es una incógnita. Máxime después de haberse reforzado ante ciertas informaciones la del aquél entonces Príncipe y el director de la Guardia Civil. La historia es, en sus trazos caprichosos que no azarosos, recurrente. A Carrero, como a Canalejas, le sucedió en el puesto precisamente uno de los hombres encargados de su seguridad, Arias Navarro, como en aquél entonces Romanones. Había otros en la terna, quién seleccionó y eligió o influyó en esa elección, tal vez seguía un guion.
De Carrero Blanco, se ha escrito y dicho de todo. Se le ha juzgado. Era sin duda el hombre más leal a Francisco Franco. Para algunos historiadores se le tachó de eminencia gris, otros le calificaron de retrógrado, nacionalista, ultracatólico, pero sin duda fue un hombre del régimen, para el régimen y por el régimen, y en el que quizá el aperturismo no tenía cabida en vida de Franco.
La decadencia física del dictador y los primeros signos de descomposición y reposicionamiento pensando en el día después de la muerte de éste así como cuáles serían los primeros pasos del futuro rey y su control o no y fidelidad a los principio del movimiento era una cuestión de primer orden para aquéllos que vivieron y participaron en la guerra, y estuvieron en las bambalinas del poder, sobre todo en la década de los sesenta, toda vez que los tecnócratas fueron apartando a estrellas y sables militares de la égida del poder, con la excepción de un Carrero que ya desde el final de la guerra se dedicó a la política y secretaria del consejo de ministros hasta ir llegando al máximo que fue en junio de 1973 con 69 años, la presidencia. Algo insólito en la dictadura.
Cinco décadas después los papeles de los archivos siguen clasificados. Las incógnitas siguen sin resolverse. Si fue ETA sola o tuvo ayuda, si esa ayuda fue exterior o desde dentro. De aquella visita horas antes de Kissinger. De pasar de un secuestro a un asesinato y una conmoción no solo en España sino en el extranjero que evidenció un final de ciclo. Y hoy la pregunta sigue siendo uno, la desaparición física y a través de un brutal atentado de Carrero, y con él su conductor y escolta, ¿a quién benefició? Durante cinco décadas su familia ha guardado siempre un silencio y discreción total. Dicen que el día que le nombraron presidente, señaló a su familia la contrariedad de un mal español, a los presidentes los asesinan. Dato, Canalejas, Cánovas, Prim y también el propio Carrero Blanco.