Un amigo me remitió hace unos días un artículo publicado recientemente en el periódico 'El Mundo' que explica la lamentable situación que vive la cantante Encarnita Polo. «La caída en desgracia de Encarnita Polo a sus 85 años: arruinada, sin gatos ni joyero y en Ávila», se titula. El artículo recuerda la exitosa carrera de esta cantante, pionera del flamenco pop, que en los años 70 del siglo pasado gozó de un gran éxito. A continuación narra las circunstancias que la llevaron al olvido, a la enfermedad y a la pobreza, hasta perder su salud, sus joyas, los dos gatos que la habían acompañado en los últimos años y finalmente, lo más grave de todo al parecer, el retiro a Ávila.
Por supuesto que lamento las circunstancias que han llevado a esta persona a una situación tan difícil y triste para ella y puedo entender que el periodista la considere noticiable y quiera llamar la atención del público con este artículo, pero me ha sorprendido que el autor de la noticia considere el retiro en Ávila de la cantante un hecho tan deprimente y negativo como la pérdida de la salud, la pobreza o la soledad. Retirada en Ávila, dice apenado. ¡Por Dios, parece que hubiera sido castigada con el destierro a la isla de Santa Elena, en el más perdido rincón del planeta!
Tras el primer enfado que sentí, me vino la comprensión hacia el periodista y una cierta tristeza. No es fácil liberarse de los tópicos y Ávila los padece. A los ojos de muchas personas, especialmente en las grandes urbes como Madrid, la nuestra es una ciudad pequeña, perdida en el medievo, encerrada entre murallas y conventos, y a la que todavía se debe acceder en diligencia. Un ejemplo de la imagen ruinosa de Castilla que dibujó la Generación del 98. Hasta allí habían relegado a esta señora sus desgracias. Evidentemente es una visión injusta y equivocada, pero como todos los tópicos, refleja una cierta realidad.
Esta es una ciudad pequeña. No se llega a ella en diligencia, pero los escasos trenes que la comunican con Madrid y el resto del país son poco más rápidos y tardan un tiempo que a los viajeros del siglo pasado les escandalizaría. También tenemos carreteras y autopistas; de peaje por cierto, y eso no nos favorece. Es verdad que somos ricos en historia, en grandes personajes y en tradiciones que permanecen muy vivas, pero también aspiramos a la modernidad y la investigación, tenemos -poca, es cierto- industria puntera, y un nivel de servicios públicos, sanidad y educación, evidentemente mejorables, pero que nada tienen que envidiar a los de muchas barrios de las ciudades más pobladas e importantes de España. Y en concreto, la atención a las personas mayores es de una excelente calidad, porque da la circunstancia de que nuestra población está muy envejecida.
En fin, que se puede vivir en Ávila de forma muy digna y en contacto con el mundo sin sentirse desplazado a los límites de la civilización. No le demos más vueltas. Es lo que tienen los tópicos. Resulta muy difícil quitárselos de encima. Pero algo debiéramos hacer los abulenses, y no precisamente lamentarnos, para luchar contra esa imagen de lugar periférico y alejado del mundo, que la ciudad padece. Y que en un futuro artículo periodístico alguien escriba que la persona que hubo de retirarse a Ávila, pudo disfrutar de una ciudad cómoda, acogedora y con todos los recursos que la modernidad nos ofrece.