El fin de semana pasado se celebró en Chamartín, como en otros muchos lugares de nuestra Comunidad el llamado "Día del Señor", que aunque realmente es el jueves, se varió la fecha para facilitar la asistencia de los allegados y de los que no residen en la localidad conmemorándose en domingo.
La tradición consiste en que además de celebrar la misa correspondiente, se coloquen altares por las calles adornados con grandes pañuelos con bordados tradicionales y flores que acompañen a alguna imagen del venerado. Pero también es costumbre que el día anterior se recolecte la conocida por estas tierras como "flor del Señor", apelativo adquirido debido a esta festividad, pero que realmente se trata del oloroso y llamativo cantueso, y se arroje por las calles y puertas del pueblo.
Este año he tenido la suerte de acompañar a un par de mujeres que formando parte de un grupo interesado han recogido el testigo de las más veteranas y quieren seguir manteniendo la tradición a pesar del descenso poblacional y la triste ausencia de las mayores; porque casi siempre son mujeres las protagonistas de esta historia.
Precisamente en esta época y especialmente este año, los campos chamartinos están en pleno apogeo floral, aunque a punto de comenzar a marchitarse; pero nada tienen que envidiar a los piornales gredenses, aunque eso sí, siempre guardando las diferencias en cuanto a extensión y fragosidad.
Pero la orientación, altitud y ubicación de este pequeño pueblo le confiere unas características ecológicas que le permite tener pequeños espacios microclimáticos, a pesar de la pequeña extensión del municipio, pues abarca los aledaños del cerro de Gorría, con más humedad y pluviosidad, una zona central en la que el berrocal es el protagonista, y terrenos que se asoman a las llanuras morañegas donde el encinar se hace dueño del entorno.
Incluso las zonas teóricamente más áridas y graníticas donde recogimos el cantueso (eso sí, unas pocas flores de cada mata, para no dañarlas en exceso), ofrecen un paisaje visual y oloroso impresionante. Hasta tal punto, que al día siguiente tuve que acercarme de nuevo, cámara en mano y más relajado para disfrutar de semejante espectáculo.
Algunas retamas y bastantes piornos teñían de amarillo el paisaje y destacaban sobre los berrocales del canchal; entre ellos las matas de lavanda silvestre mostraban sus flores moradas que simplemente con rozarlas aromatizaban el aire cercano. El tomillo, más escaso, pero igual de oloroso presentaba algunas flores ya marchitas por estos días de calor; al contrario que la santolina, conocida por aquí como manzanilla silvestre, que comenzaba a abrir sus pétalos que cobijaban a diferentes escarabajos florícolas libando sobre sus corolas.
Unas pocas matas de marrubio escondidas entre las rocas al resguardo del duro sol serrano, me sorprendieron también por el lugar en donde estaban, pero es lo que tiene el caminar despacio, sin prisa y observando…
Espectaculares ejemplares de orobanche llamaron mi atención, planta parásita asociada a piornos y retamas que aunque ya le había contemplado en otras ocasiones por esta sierra, este año me han sorprendido por su mayor abundancia y frecuencia. El más común es el rapum-genistae, pero he visto alguno diferente que tendré que clasificar, porque son casi 150 especies las existentes. Sus inflorescencias no son muy llamativas pues se marchitan y oscurecen rápidamente, pero su forma y color sí. Más aún su vida y existencia ya que al no tener clorofila para sintetizar el alimento lo obtienen de su huésped.
Al regresar al pueblo lo hice con el disparador de la cámara calentito y las pituitarias henchidas de aromas que se mezclaban también en mi cabeza. Y eso que sólo recorrí un pequeño espacio de esta serranía olvidada, pero hermosa, cuyo entorno y naturaleza hay que conservar. :-)