Una de las cosas que provocan las obras de arte es la invasión de nuestros sentidos, la habitación interior. Cuando, después de ver una exposición, oír un concierto o una ópera, visitar la capilla de un templo, leer un poema, sigues en ese mundo creado para ti, durante días o meses, la obra de arte está ejerciendo todo su poder: puedo decir, sin ser exagerada, que sientes que está viva.
Este poder mágico hace que los días que están bajo su influjo, salgan de lo cotidiano para llevarnos a otros lugares. Esto es lo que siento con un cuadro de Lord Frederick Leigthon que tuve la ocasión de ver en una fría mañana londinense en la Royal Academy of Arts. Una mancha naranja potente que atraviesa la figura femenina y que se fija en las pupilas del espectador, y nos hace sentir calor en medio del clima frío, alegría en medio de una migraña cruel, amistad mientras estamos recluidos en casa. Calor, luz y vida recogidos en el cuadro "Flaming June".
La obra que pude ver en Londres está habitualmente en el Museo de Arte de Ponce de Puerto Rico. A este país llegó en una serie de vaivenes que relatan muy bien las fracturas que muchas veces presenta el mercado del arte y las críticas y apreciaciones de las obras de arte a lo largo de los años. Pese a ser la obra de un artista consagrado, que llegó a ser el director de esta Academia Real londinense, su obra sufrió durante decenios una cruel consideración de ser amanerada, pasada de moda y al contrastarla con el arte contemporáneo, se la dejó de valorar en su justa medida. Algo que pasó con buena parte de los artistas del movimiento llamado Prerafaelitismo del siglo diecinueve inglés.
Leigthon, no sólo fue un hombre guapo, fuerte, inteligente y poliglota, sino que se formó en París tomando clases con Alexander Dupuis, en Roma con Eduard Pynter y en París nada más ni nada menos que con Mcneill Whismer. Fue el líder de un grupo de escultores que tenían como inspiración en Partenon, llamados "Los olímpicos" donde estaba también Lawrence Alma Tadema.
Pese a lo bellisimo que es este cuadro Luz de junio, con esa figura femenina recostada que recuerda a las figuras que el gran Miguel Angel realizó para la tumba de Giuliano de Medici, no se llegó a vender en una subasta en 1960, una década cruel para este movimiento prerrafaelista. Su precio de reserva era de unos 860 euros actuales, más o menos.
Luis E. Ferrer, empresario y político puertorriqueño, estaba de viaje en Europa y encontró en Ámsterdam, en un rincón perdido de una galería este cuadro, que inmediatamente cautivó su mirada. Pudo adquirir la obra por unos 10.000 dólares, ya que le dijeron que nadie la quería por ser una pieza anticuada. Y así llegó Flaming June a Puerto Rico y hoy en día es una de las piezas más emblemáticas que tiene este museo, y que hace que miles de visitantes de todo el mundo vayan a ver este cuadro que se le considera allí como un milagro, al modo de la Gioconda y sus miles de visitantes.
No siempre lo que dicen los críticos de arte, ni los manuales al uso debe cambiar lo que sentimos al vivir una obra de arte que se mete en vena en nuestro interior. La experiencia personal, nuestros sentidos y sensibilidad están por encima de todo y sólo a ellos debemos rendir respeto. Eso siento cuando cada día veo una pequeña reproducción del cuadro que pude comprar en la tienda de la Royal Academy. Adoro las tiendas de los museos, poder llevarme una pequeña reproducción de eso que tanto me ha cautivado, para dejar que me ayude a vivir aquí en casa, así, aunque haya días fríos y pasados por agua, puedo sentir esa luz de junio naranja y cálida que me llena de emoción.