El tiempo se detuvo en aquella mañana de frio y nieve. Aquél 24 de febrero de 2022, jueves para más señas. El frío se metía en los huesos, las almas estaban heladas, los futuros congelados. Aquella incertidumbre del inicio, ese mismo sinsabor, sigue totalmente intacto en nuestro corazón.
Como si el tiempo no hubiera pasado, como si el cronómetro se hubiera detenido, estamos en el punto de no saber, no entender, no querer. Y ya ves, han pasado tres años, con sus días y sus noches. Con sus muertes y sus huidas, con sus casas derrumbadas y colegios sin pizarra. Tres años que saben a miedo, temor y desasosiego. Tres años que, sin duda alguna, no nos pueden dejar indiferentes.
Tres años después, mi terraza vuelve a estar nevada, el lago del parque congelado, las montañas blancas y el cielo gris. Pero, aunque todo parece igual, en su sitio, nada ha vuelto a ser lo mismo. Seguimos sumando días, capítulos, páginas que parecen no acabar, de un diario de guerra que no deja más que dolor e incertidumbre. Un cuaderno de bitácora que registra cada movimiento, los altibajos en la navegación, cada viento que nos lleva de un lado a otro, sin rumbo fijo.
Tres años después, tengo momentos congelados, historias que no quiero olvidar, sentimientos encontrados y lágrimas que no afloraron en su momento y me atormentan cada día, haciendo un nudo en la garganta cada vez que leo las noticias. ¡Malos tiempos para la lírica! Malos tiempos para la paz. Malos tiempos para corazones débiles y almas sensibles. Quizá, tres años después pueda haber un hueco para los buenos y merecidos "otros tiempos".
¿Quién puede ser dueño de algo que no le pertenece? ¿Quién puede decidir el destino de millones de personas? ¿Por qué una vida vale más que otra o simplemente por qué hay vidas que no valen nada? ¿Cuánto cuesta la paz? ¿O a cuánto se vende la guerra?
No hay un acceso al mar que merezca la pena conquistar si eso significa matar, herir, luchar. Ninguna frontera vale más que una vida. Ninguna guerra está justificada. No hay guerra que sea en nombre de la paz, porque la única paz es la que respeta, lucha sin armas, no mata y no sabe de heridas. No todo en la guerra vale. Ni una guerra es más importante que otra. Pero déjame que hoy, tres años después, recuerde que las personas siguen doliendo, los corazones siguen sufriendo, los sueños se entrecortan y las miserias afloran. No todo en la guerra vale, pero si vale la pena seguir buscando una paz duradera sin vencedores ni vencidos, luchando por los sueños, persiguiendo palabras, emocionando corazones. Solo entonces, tres años después, algo habrá merecido la pena, la espera de algo que nunca debió empezar en aquella mañana de frío y nieve.