Se despedía 2024. Una reunión de la extrema derecha mundial, en el Senado español, celebró en diciembre una especie de aquelarre con personajes variopintos donde el exministro del Interior del PP, Mayor Oreja, sacralizaba la herejía del relato siniestro contra la realidad del siglo XXI, como muestran las señales cada vez más evidentes. El creacionismo frente a evolución que, según el conocido prócer, cuenta hoy con una mayoría de científicos. Personajes invitados realizaron manifestaciones sobre aspectos que en nuestro país creíamos superados, y lo pudieron hacer porque la libertad de pensamiento no tiene problema en la democracia liberal. ¿Habría sido posible ese conciliábulo en un Estado ultra? Y aquellos que creen en una democracia liberal, ¿podrían haber expresado su pensamiento e ideas en esa sociedad que ellos propugnan?
¿Qué ha sucedido, para que de pronto algunos miren hacia atrás y propugnen que es ahí hacia donde quieren arrastrarnos? ¿Creen que se vive mejor en sociedades pasadas, en las que el relato se enfrentaba a la ciencia, y la violencia a la razón? Podríamos pensar que vamos hacia una regresión, donde relato y fe se imponen a la ciencia y al dato. Han surgido líderes que evocan el pasado como solución. Se resucitan reyes absolutistas que apoyan a los guerreros ricos y poderosos. Trump anunció que tal vez fueran las últimas elecciones, estas que le han dado la presidencia, ¿se propone gobernar como un monarca? Eso es involución.
Esos que reniegan de la evolución hasta hoy regresarían hacia el individualismo y el liberalismo sin control, hacia la ley del más fuerte, en suma, hacia un capitalismo sin suavizar, donde cada parte sería más importante que el todo, lo colectivo y el Estado tendrían un papel testimonial, o tal vez siquiera eso.
Escribe Yuval Harari que los sapiens dominaron el mundo, no porque fueran sabios, sino porque eran los únicos animales capaces de cooperar. Colaboración, sentido común y alianzas fueron, en suma, lo que permitió prosperar, evolucionar con entendimiento que suponen acuerdos y relaciones amistosas. Una parte de nuestra especie tiene naturaleza de personas y hemos llegado hasta aquí paso a paso, superando el costoso camino que supone el ensayo y error, lo que hace progresar, que curiosamente es también la base del método científico. ¿Cuál es la naturaleza del resto?, que entre otras lindezas cuestiona a Darwin, ¿han surgido de alguna extraña caverna?
En junio de 2023, el Gobierno indio propició una nueva guía para que no se enseñaran temas científicos a gran parte de estudiantes de aquel país. De los textos escolares desapareció la tabla periódica de elementos, la teoría de la evolución, el teorema de Pitágoras, entre otros muchos, y aquel Gobierno lo justificaba porque había una sobrecarga de materias y era necesario adecuar a cada tiempo las enseñanzas. Junto a los temas científicos, se diluyeron asuntos como democracia. No he inventado nada, toda la información está disponible en internet. En su día nos referimos al nacionalismo religioso de Modi, y situaciones similares ocurren en países tan diferentes como algunos estados musulmanes e incluso en algún estado de EE. UU., en los que la teoría de la evolución se considera una aberración.
Para quienes lo dudan miren, ahora sí, hacia atrás, y vean qué pasó en los regímenes de Hitler, Stalin, Mussolini o Franco; más recientes en los latinoamericanos de Videla, Pinochet, Stroessner, y hoy en los de Putin, Xi y otros muchos. ¿Es ahí donde quieren estar? El tiempo es inexorable, siempre va hacia delante, pero es importante mirar por el espejo retrovisor para ver qué quedó atrás y evitar así errores e incluso tragedias. Afirmaba Kierkegaard, "se vive hacia delante y se comprende hacia atrás".
Marchar en sentido contrario sería algo parecido a la trama de aquella película, "El extraño caso de Benjamín Button", (síndrome de Hutchinson–Gilford); nació como anciano y regresó a la infancia. Esos prohombres y mujeres, visitantes del Senado, amantes de la involución y la regresión, si fuera el caso volverían a su más tierna infancia, perderían las habilidades, pocas, y la estupidez adquirida, mucha. Sería responsabilidad nuestra, de la sociedad, ayudarles a comprender la importancia de la ciencia y de la cooperación, aunque habría casos irrecuperables que, como en la película "Atrapados en el tiempo", vivirían en un bucle eterno.
Sí conocemos lo que es la cooperación y también la ley de la selva. A muchos no nos gustaría que nuestros congéneres con ciertas discapacidades, incluyo a los infantes indefensos, quedaran al albur de los depredadores de turno, de los reyes de la trata y el comercio, donde las personas son la mercancía, pues esa involución pondría al individuo por encima del grupo. Menos mal que nuestra especie evolucionó gracias a su capacidad de asociación y apoyo. Consecuentemente, la incapacidad de cooperación nos llevaría a lo contrario, a la degeneración, cuyos sinónimos en el Diccionario de la lengua española son: decadencia, degradación, declive, empeoramiento, corrupción, depravación… Ni uno bueno. Solo la razón es capaz de someter al libre albedrío incrustado en el ser humano. ¿Qué aquelarres involucionistas nos esperan en 2025?
Un hecho positivo de esa involución sería que quizá se descubriera el eslabón perdido, o eslabones, pues variopinta es la parva de estos paparulos que dicen los argentinos, alguno había en aquel encuentro. Caso de darse esa regresión física y mental, ¿la involución llegaría al tronco común de los homínidos, humanos, chimpancés, gorilas?, ¿aparecería el antecesor de los personajes motivo de este artículo?, feliz, encaramado a las copas de los árboles, a salvo de malvados depredadores evolucionados a demócratas que habitan el suelo pretendiendo socializarlo.
Joaquín Miranda, banderillero devenido en gobernador civil franquista, respondió a pregunta de Juan Belmonte: ¿Cómo había llegado al cargo?: "degenerando, degenerando", contestó. Hoy respondería: Involucionando, involucionando. Mañana llega Trump. ¿Baja del árbol? ¿Involucionando? Veremos.