Hace once meses decíamos adiós a 2023. Un artículo dedicado a la mano como protagonista, pretendía, de manera trivial, quitar inquina a un tiempo que se vaticinaba duro. Creí entonces que apelar al buen tacto ayudaría a afrontar el naciente 2024 y salir airosos. Meses después, transcurría julio de 2024, aún no estaba claro cómo acabaríamos; viendo cómo se encarrilaba, más áspero que suave, era necesario ensalzar al pie y así ayudar a rematar el camino, o huir. El mundo afuera era caótico y dentro, en España, asistíamos estupefactos a algunas intervenciones parlamentarias. Era el colmo del, ad hominem, los insultos y mentiras, las maldades e ideas peregrinas, todo hacía pensar que no teníamos remedio.
Creíamos que pies y manos eran vitales, pero descubrimos que no eran la solución, incluso con la falta de los cuatro podríamos vivir, mal, pero podríamos. ¿Qué era importante entonces? En once días llega 2025 y pensé, ¿a qué órgano recurrir para afrontar el año que nacerá? Necesitamos uno que sea imprescindible, vital, único, y no tenga par: la cabeza, donde se aloja el cerebro, el hogar del pensamiento, del raciocinio, del entendimiento y juicio, en esas estaba un servidor cuando una señoría parlamentaria, independentista por más señas, animaba a mover el culo, ¡qué finura! ¿No sería mejor mover el cerebro y arrimar el hombro? Zafiedad y vulgaridad planea sobre los escaños.
Cuando se pierde la cabeza, materialmente, todo se acaba; perderla emocional y espiritualmente es perder el control y nos convertimos en seres anímicamente inmóviles. La cabeza es un delicado lugar, sinónimo de juicio, prudencia, sensatez, inteligencia, talento… y seso, con ese, no con equis. Escrita con esa última consonante es referirse a ese otro lugar donde radica la capacidad de pensar y la inteligencia de algunas personas; sí, en los órganos sexuales y, también, según el caso, en algún trasero nacionalista cuando conoces sus ensoñaciones, contra el Estado y contra la solidaridad. Se nos antoja que hay múltiples patologías políticas y obsesiones compulsivas.
Empleemos, por tanto y con tiento, esa masa del cuerpo asentada sobre los hombros, donde se aloja el cerebro y se acomodan órganos como la vista, oído, olfato y gusto, un uso inadecuado, escribiría Antonio Machado, «es propio de aquellos con mentes estrechas, embestir contra todo o aquello que no les cabe en la cabeza». La utilizan para arremeter, no piensan, cabezas de hierro tercas y obstinadas.
Las percepciones recogidas por los órganos sensoriales se procesan en el centro de operaciones y fluye el juicio, el talento y la capacidad de obrar. Un sexto sentido, inubicable, nos alerta de pensamientos e intenciones de otros personajes que, como 'la señoría', confunden el culo con las témporas. Tras el testarazo, la cabeza se abolla, a veces en sentido figurado y otras, literal, por lo que la capacidad de conocimiento queda mermada; al menos quítese el sombrero, o la boina.
Los signos externos como esas cabezas rapadas o con extrañas florituras anuncian lo que sus dueños esconden dentro del molondro; las canas apuntan a un patricio, pero también a la vanidad de quien se tiñe; un cabello multicolor, si es anaranjado, algún caso conocemos, determina un problema que afecta a las habilidades motoras y gestuales del propietario, personaje dispráxico, si no, ¿por qué ese bailecillo que parece el del gato mecánico Meneki Neko? Protéjase, ese felino hipnótico le saluda y le invita a pasar, ¡cuidado!, al mundo populista.
A esas testas multicolores se unen a veces algunos cerebros grises, que sumados a la inteligencia artificial podrían producir graves daños a la humanidad, son caprichosos y su capacidad para introducirse en cabeza ajena es increíble. Los trapaceros invaden la sesera, el juicio, de muchas personas que, si ceden, se convierten en discípulos avanzados de los hipócritas abductores, en robots dispensadores de bulos y mentiras.
Manejan poder y dinero, moverán el mundo y a nosotros, si nos convertimos en cabeza de chorlito. Evoquemos con Jorge Manrique aquello de, «recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte…», el poeta hacía referencia al tiempo y a la muerte. Aprovechamos para alertar de cómo los espabilados de ahora quieren nuestro tiempo y, si les es posible, nuestra alma, en definitiva, nuestra vida y nuestro cerebro. Párenlos. Piensen.
Todos conocemos algún caso de cerebros licuados, pues la paranoia les come y sus acciones más parecen elaboradas por un cerebro de mosquito, ya que dicen lo primero que les viene a las mientes. Sus arrebatos suelen ser motivo de desgracia para, a continuación, con arrepentimiento borreguil, pedir disculpas forzadas. Antes de sacar la lengua a paseo es obligatorio pasar por la residencia del pensamiento, para no dar cuartos al pregonero.
Asistimos a un mundo descabezado y se dirige de hoz y coz hacia 2025. Profetas de antes y ahora anuncian, desde la noche de los tiempos, qué nos espera en el futuro; Pan, Hambre, son títulos de libros de Knut Hamsun (muerto en 1952), filonazi. Bob Woodward, experto en presidentes, con Miedo, Rabia definió a Trump, y también a Nixon en The Washington Post con el 'Watergate'. Heinz Bude en La sociedad del miedo, fue profético. Han vivido y viven épocas turbulentas, vaticinaron momentos turbadores. Esos autores despiertan nuestro interior con sus libros que, como otros muchos, nos ayudan, facilitan herramientas y abonan la capacidad crítica para que los cerebros no queden anquilosados e incapacitados para el conocimiento.
La cabeza necesita ejercicio, ha de muscularse para conformar ideas consistentes que impidan que la tontuna y la estupidez la invadan. Pensar es la medicina y el escudo que disgusta a los sembradores de ignorancia y paranoias, pero no nos pongamos transcendentes, no olvidemos las pequeñas cosas, esas que son la sal de la vida.
Si hoy le tocara la lotería, no pierda la cabeza.