Dos niños, dos jóvenes andando por los aledaños de la catedral, dirigiéndose a su interior por el arco de los Apóstoles, camino hacia lo divino, para ensayar en el coro bajo la dirección de maestros como Bernardino de Ribera y Juan Navarro Hispalensis. Esta conjetura, apoyada por fuentes como el Coro de Cámara de Madrid o los Cuadernos Abulenses de la Institución Gran Duque de Alba, nos hacen soñar con las dos grandes figuras de música sacra de nuestra ciudad, crecidos al abrigo de las altas columnas, infantes de coro frente a la sillería tallada, punto estratégico desde donde sus voces resonarían por todo el templo.
El cambio de voz de Victoria marcaría la separación que derivaría los destinos de ambos. Vivanco, poco reivindicado pero fundamental también en la historia de la música sacra española del Renacimiento. Abulense ilustre, eclipsado en parte por la proyección internacional de Tomás Luis de Victoria, pero con un legado que es testimonio de la riqueza cultural de su tiempo.
Un joven de 22 años llega a la Catedral de Lérida, este fue su primer puesto documentado como maestro de capilla, encargándose de dirigir la música litúrgica y la formación de los niños del coro, a los 26 ocuparía el cargo en la Catedral de Segovia y 11 años después retornaría a su ciudad, a nuestra ciudad, donde fructificaría en todo su esplendor su producción musical. Maestría en la composición polifónica y profundo compromiso con la espiritualidad litúrgica son su legado más íntimo. El Liber Magnificarum; 18 Magnífics combinando complejidad contrapuntística con claridad textual; el Libro de misas, que incluye diez, entre ellas la emblemática Missa Assumpsit Jesus; el Libro de motetes, una recopilación de cerca de 70 himnos que reflejan la riqueza expresiva de su estilo. Todo ello en una conexión intimísima con esta ciudad amurallada que amaría siempre. Vivanco no solo se limitó a perpetuar las tradiciones musicales de su tiempo, sino que también aportó innovaciones excepcionales. Su uso de estructuras contrapuntísticas más elaboradas y su atención al equilibrio entre la técnica musical y la expresión espiritual lo distinguen como un creador excepcional. Este impacto en el desarrollo de la música renacentista española es innegable. Ya con 51 años, Vivanco se trasladó a Salamanca, donde fue nombrado maestro de capilla de la Catedral y catedrático de música en la Universidad. Permaneció allí hasta su fallecimiento en 1622, dejando una impronta indeleble en la formación musical de nuevas generaciones y contribuyendo también al esplendor cultural de Salamanca.
La comparación entre Sebastián de Vivanco y Tomás Luis de Victoria es inevitable, debido a su origen común y a su formación inicial en Ávila, pero siendo justos, las calles empedradas de esta ciudad eterna y pedregosa fueron pisadas siempre por Vivanco, mientras Luis de Victoria desde los 17 apuntaló su vida en Roma y en las Descalzas de Madrid. Así, nunca será tarde para consolidar para el futuro el alma musical de este Vivanco que es tan nuestro también, y que escribió su obra entre las nueve puertas del hogar.