Hace unos meses, en el transcurso de una mañana de verano, uno de los leones que servían para delimitar la jurisdicción de la Iglesia en la plaza de la Catedral fue derribado de su pedestal. Desde entonces, su lugar sigue vacío, esperando el regreso del animal de su retiro obligado por las circunstancias, todavía en un estado comatoso que le impide volver al trabajo. Hay quien lo echa de menos, abrumado por la ausencia de armonía de la plaza, donde los felinos reposan con las bocas abiertas donde en otro tiempo enganchaban las cadenas que fueron retiradas erróneamente. Y ese alguien se preguntó hace unas semanas dónde estaba ese león y si todavía vive. Porque si Historias de Filadelfia, Ben-Hur, West Side Story o el cine de James Bond no se entienden sin el león de la Metro-Goldwyn-Mayer, así tampoco parece que la catedral se entienda por completo sin uno de sus guardianes. Por ello, llevado por un impulso pasional, se acercó a la plaza de la Catedral y rotuló el pedestal huérfano con una elocuente pregunta que todavía hoy puede leerse: "¿Y el león?".
Lejos de constituir algo anecdótico y razonable en algún caso, esta pregunta puede sintetizar todo aquello a lo que todavía se le debe una respuesta. Al menos una convincente. A la persona que consideró necesario preguntarse por el paradero del león de la Catedral que, insisto, no sabemos si está a salvo; puede pedirse que continúe haciéndonos preguntas. Pudo preguntarnos por el campamento de obra que se instaló frente al Palacio de Valderrábanos. O por las calles que llevan cortadas desde hace un siglo. También por la vía de servicio en el barrio de la Universidad o por la escasa iluminación en los barrios. O qué va a ocurrir con los vecinos del centro que ven que ya no van a poder aparcar sus coches. Por el torneo de salto que cada agosto congregaba a gran cantidad de aficionados en la pista de San Segundo. O por qué la feria del libro en abril sobrevivió gracias al compromiso de las librerías y de ciudadanos anónimos en lugar de contar con un compromiso firme por parte de quien debió concederlo. Por qué el presupuesto en cultura no alcanza el euro por abulense. Incluso por la banda de música. ¿Y las fiestas de la Santa? ¿Y los conciertos en el verano? ¿Y el Prado extendido?
Así podríamos seguir hasta cubrir el lienzo de la muralla, en una suerte de reinvención del fenómeno grafitero de la Filadelfia o el Nueva York de los años setenta. Quizás así la ciudad encontrara un nuevo impulso al letargo en el que lleva viviendo ya demasiado tiempo. Lejos de avanzar, Ávila sigue sumida en un complejo cansino y en un conformismo aburrido. Sin embargo, todavía hay quien no se resigna. Así que, a quien corresponda, aun hay muchas preguntas por responder, empezando por el paradero del león.