Gerardo L. Martín González

El cimorro

Gerardo L. Martín González


Monólogo silente a la sombra, en el cementerio

03/09/2024

Poca sombra dan los cipreses, porque "la sombra del ciprés es alargada", pero estrecha. Eso qué importa para los que están allí, mas todo cuerpo material proyecta su sombra, y según esta, nos puede decir mucho, y el ciprés es un símbolo que une la tierra y el cielo ¿Por qué Delibes se fijó en Ávila, para crear unos personajes pesimistas? ¿Qué vio en Ávila, en esas murallas cerradas y en algunos abulenses, ese pesimismo en la vida? ¿De verdad los abulenses somos pesimistas? Gracias de todos modos, don Miguel, por dar a conocer el nombre de Ávila por el mundo, por tu novela y tu fama. Andaba por los paseos o calles del cementerio, lleno de cruces, al fin y al cabo, es un cementerio católico, no como otros, con sepulturas a un lado y al otro, llenas de nombres, que a algunos llegué a conocer, directa o indirectamente, y con los que hablo en silencio. Allí cerca de la entrada, un poco a la izquierda, tras pasar la Cruz de los Olvidados, aquellos de los que nadie sabe nada, están los Caprotti, un mausoleo plano, no exento de belleza, pese a su sencillez. En su centro, sobre una losa mas elevada, una mano en bronce, mano de artista, que lo dice todo. Al lado, la estatua de una joven sentada en el suelo, con un velo, llena de paz y melancolía. Además de Guido Caprotti, el mecenas italiano, enamorado de Ávila, a la que legó, su palacio-residencia y bienes ¡Gracias don Guido, en nombre de los abulenses! Y solamente en una lápida están los nombres de sus familiares directos, entre ellos, Oscar, gran deportista de élite con trofeos importantes, pero sobre todo escultor, muy vinculado a Ávila, con amigos como Jesús Jiménez Bustos, al que regaló la talla, de líneas sencillísimas, de la virgen que preside el presbiterio de la parroquia del ICM ¡Gracias Oscar! Mas allá a la izquierda, está el contraste, las sepulturas de algunos gitanos, cuyo recuerdo a sus muertos, tiene un parecido a lo que hacen los mejicanos. Todo recargado de figuritas, de flores naturales o artificiales, muchas, con cruces mas altas que las de al lado, fregado y barrido el entorno, y con asientos ad hoc, para acompañar toda la familia a sus muertos ¡gracias amigos gitanos, por recordarnos a los demás, aunque nos parezca exagerado, los vínculos familiares arraigados que muchos olvidan muy pronto! Siguiendo por aquella zona, mas adelante, en la calle 12, sepultura nº 58, está enterrado don Jesús Jiménez Pérez, muerto hace treinta años, el alma y mantenedor de muchos jóvenes abulenses, en aquella Juven que no olvidaremos ¡Gracias por aquellos años; te doy en nombre de los que quedamos de entonces, y que ya no nos reuniremos para recordarte! ¡Gracias por bendecir mi boda!  en aquel día frio y nevado como nunca, en Sonsoles, que otro cura no se hubiera atrevido a moverse, y fuiste abriendo camino con tu 600 blanco.

Vaya por donde vaya, reconoces nombres, y acaso recuerdos. Los familiares están por varios sitios; aquí, mis padres, mas allá mis suegros, al fondo, primos y cuñados. También, en sepulturas cuyos nombres se van borrando, la de alguna abuela. Aquí, al lado de los bellos mausoleos, dignos de alguna visita turística, está la de aquel profesor de dibujo y gran amigo, que murió de un cáncer de garganta. Cerca, uno de aquellos mausoleos, de los últimos construidos, de un contratista de múltiples obras en Ávila, muy meticuloso que, en vida, y cuando se estaba construyendo, te contaba como colocaba los sillares de aquel hueco de ventana, como un alarde de equilibrio. Mas acá, algunos tíos, que no vivían en Ávila, pero que fueron enterrados aquí. Andando a otra zona, paso por una de múltiples enterramientos, solo un montículo de tierra, sin lápidas, sin nombres ¿Quiénes están enterrados allí? Dicen que caídos durante la guerra civil del treinta seis. No muy lejos, una zona con lapidas pequeñitas, porque los que están enterrados son niños, pues los niños también se mueren, sobre todo en épocas con escasa sanidad y muchas necesidades. Allí, junto a un ciprés, el enterramiento de un amigo, que murió joven, por una de esas enfermedades incurables. Poco mas allá, el de aquel buen aparejador, que recién empezada su carrera, murió en un accidente de tráfico, al ir a ver a su padre que estaba en un hospital. En la parte alta, tras subir unos peldaños, la de aquel delineante, buenazo, pero con alguna querencia, que el mismo diseñó la sepultura y los letreros de los anteriormente fallecidos, para salirse de lo estandarizado, y que un hijo sordomudo, pero muy listo, siguió después imitándole.

El cementerio es una historia enterrada, pero llena de recuerdos para los que aún están vivos, y quieren deambular entre los cipreses, para recordar su propia historia.

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