Llegó la lluvia necesaria y ansiada para unos, y desilusionante para otros. Campos sedientos y procesiones desiertas. Llegó la nieve, ansiada para unos y poco esperada para otros. Montes por fin blancos, temperaturas gélidas y árboles en flor sin cobijo. Llegó el sol para algunos, y para otros no arropó en sus tardes de playa y sus mañanas de descanso.
Ya ves, nunca llueve a gusto de todas las personas, ni las temperaturas se viven con la misma intensidad. Imágenes en procesión envueltas en plásticos, personas llorando por un nuevo año de espera y ríos de alegría en las crecidas de arroyos que "aseguran" un verano sin restricción.
Ya ves, nunca llueve a gusto de todas las personas y las lecturas de cada hecho son tantas como mentes interpretan el via crucis de la vida. La vuelta a la rutina nos tornará de nuevo a las noticias, al día a día, que no cesó el fuego con letrero de "cerrado por vacaciones" y mucho menos con un "cese por jubilación". Cerramos los colegios, los comercios y los ordenadores, pero la vida siguió su curso, como el río que continuó su viaje hasta el mar.
Ya ves, nunca llueve a gusto de todas las personas y los actos de unas afectan a cada cual, de diferente manera, con diversa intensidad. Lo que sí es cierto, es que llovió, y nos guste o no era necesario. Quizá la pérdida de las estaciones, la difuminación de las temperaturas que cada vez son más extremas, imprevistas y diferenciadas. O quizás son nuestras ganas de manga corta 365 días al año, que hacen que miremos al cielo con el clamor del sol. Sin pararnos a pensar que el sol, nos ilumina todos los días en cada punto del planeta. Mismo sol y misma luna, qué bien saben que los miedos en la vida no son solo las nubes, sino los nubarrones que otros siembran de miedo, lloro y guerra. Y así, mismo cielo y misma Semana Santa, interpretada por diferentes sonidos: tambores o balas.
El ritmo ha sido similar: incesante, llenando las calles de música y marchas procesionales. A veces acompañadas de cornetas y, otras, de metralleta. Ya ves, nunca llueve a gusto de todas las personas. Ni el sonido del tambor y de lluvia vibró de igual manera. En unos casos impactó sobre tus mejillas y en otros sobre un ladrillo que cuenta la historia del último bombardeo.
Tardes de amigos, risas y misas. Tardes de velos y otros desvelos. Tardes, a fin de cuentas, que cierran los días y cuentan las vidas. Las estaciones se han quedado congeladas en diferentes puntos del mundo, no solo por las temperaturas, sino por la barbarie que dejan a su paso. Y mientras la vida, afortunadamente, sigue su curso. Haciéndose paso entre lágrimas, risas y sollozos. Porque al final del camino, todo acabó en fiesta.
Continúan las negociaciones en El Cairo, mientras unos rezan y otros claman. Ya ves, nunca llueve a gusto de todas las personas, pero cuando la lluvia es llama y el cielo es fuego, solo queda esperar el milagro que obre y propicie sentido. Y como no lloverá nunca a gusto de nadie, que no sufran los de siempre, que no se llenen otros montes de calvario. Que la vida, sea de nuevo, sal de la tierra y no las balas del mundo. Que vivamos otras procesiones y no otro martes de dolores.