Con la adrenalina aún en vena terminamos la Eurocopa, Wimbledon y el Tour de Francia. Tardes de gloria, como cada mes de julio, pero este año con más destellos rojos y un espectáculo vestido de amarillo. Pero, cada cuatro años, la afición no cuelga la bandera y los tambores por vacaciones. Y aún nos queda un espectáculo más: Las Olimpiadas. Deportista y seguidora, las Olimpiadas son un sueño que disfruto como aficionada con orgullo, un poco de envidia sana, y, sobre todo, con gran admiración.
Zeus, Olimpia y Grecia, vuelven a ser la luz de un pebetero que alumbra los sueños de muchos y abre los caminos de otros. Deporte, cultura, formación, o equilibrio entre cuerpo, mente y espíritu para hacer del Olimpismo "un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo, la responsabilidad social y el respeto por los principios éticos fundamentales universales". Y yo no encuentro otro motivo mejor para disfrutar en verano con o sin ola de calor.
Como buen reflejo de la sociedad, el sueño olímpico y en consecuencia sus deportistas, no puede vivir ajeno a la actualidad y se han vivido excepciones en 1916, 1940 y 1944, debido al estallido de la Primera y Segunda Guerra Mundial y un retraso del 2020 a 2021 donde de momento estamos empatados con el COVID. Testigo también del progreso de la sociedad teniendo hitos históricos, como el del año 1900 también en París, donde pudieron participar las mujeres por primera vez. Los Juegos Olímpicos han evolucionado desde sus orígenes en la antigua Grecia hasta convertirse en el más importante evento deportivo, con las banderas de los países hondeando y los corazones de quienes representa a su país vibrando.
Cien años después, los juegos vuelven a París, donde los aros seguirán pintando los continentes de colores para "contribuir a la construcción de un mundo mejor y más pacífico". No lograron la paz en aquel 1924 y no sabemos qué pasará tras esta edición de 2024. Pero el panorama mundial bien merece un sueño olímpico, o simplemente un sueño, donde demos lo mejor de nosotros mismos, logremos el entendimiento mutuo, respetemos las normas dentro y fuera del terreno de juego. Un sueño que promueva el comportamiento ético por encima de tiempos, marcas y objetivos: Excelencia, amistad, respeto.
En estos tiempos que corren, donde ver el telediario es un deporte de riesgo, bien pido que cuando se encienda la llama olímpica, se nos enciendan las bombillas de la tolerancia. Que el panorama nacional e internacional cambie de rumbo, surque otros mares, golpee solo pelotas. Que la edición del 2024 sea recordada por ser un altavoz contra las guerras, los conflictos olvidados, las injusticias sociales. Que esta nueva edición sea deporte, pero a la vez sea el compromiso social que necesitamos.
"Citius, altius, fortius", volemos más rápido, más alto, más fuerte. Cantemos más rápido, más alto, más fuerte. Seamos capaces, desafiemos lo imposible, hagamos creer, seamos antorchas de quien no puede ver. Celebremos las Olimpiadas y las paralimpiadas. Seamos un faro, una voz crítica para la sociedad, una luz que devuelva la ternura. Seamos tan rápidos, tan altos y tan fuertes para lograr medallas y récords no solo en el ámbito deportivo, sino en los valores que el espíritu olímpico defiende: igualdad, justicia, imparcialidad, respeto a las personas, entendimiento… Que se inaugure la cordura, y que gane a la locura.