He mirado el diccionario etimológico para ver el origen de esta palabra y resulta que es un galicismo, "estiquette", que vendría a ser como una señal escrita y fijada en una estaca. O sea, que ya en su origen esta palabra es un signo que nos da una información. Pero la evolución de la palabra ha hecho que de ser información haya pasado a ser calificación cuando lo aplicamos al ser humano.
Bien está que cuando adquirimos un producto, esa información recogida en su etiquetado sea lo más exacta posible y legible. O sea, que no nos mientan y entendamos lo que contiene. Uno tiene que confiar en que el organismo, oficina o laboratorio que ha de velar porque esto sea así, tenga los medios suficientes y adecuados para ejercer su tarea, aunque dada la multiplicidad de productos y los medios destinados para su control sea razonable la duda.
Con solo seiscientos años de vida, esta palabra tiene una diversidad de significados notables. Aparte de su aplicación a lo comercial, designa una forma de vestir asociada a una distinción de clase alta y exclusiva. Para la RAE, la última de las definiciones que recoge es: "Calificación estereotipada y simplificadora."
Cuando aplicamos etiquetas a las personas, las simplificamos bajo un adjetivo que elevamos a categoría que hacemos incontestable. O sea, que vamos a categorizar y relacionarnos con una persona de acuerdo a la etiqueta que le pongamos. Una vez que la tiene puesta, va a ser difícil que le miremos más allá de esa categoría, tendría que ocurrir un milagro para ver allende de esa calificación. El pensamiento a veces es muy vago y así nos va.
Siempre se han utilizado y desde pequeños las manejamos en la casa, en la escuela o en la calle. "Este niño es un trasto, es un desastre". O "Este niño es un zoquete, un burro. Nunca aprenderá" ... Y ese niño se creerá que es ese calificativo, lo que conlleva no solo una identificación consigo mismo según lo que sus padres, maestros o compañeros digan de él, sino que él mismo ajustará su personalidad a la imagen que de él se espera acorde a esa calificación. Las etiquetas no son ni graciosas ni edificantes para quien con ellas es marcado. Este, salvo que tenga una personalidad independiente, fuerte y desarrollada, actuará en consonancia con lo que esa etiqueta define. Es la llamada profecía autocumplida, que será nefasta en el desarrollo de la persona al interiorizar el afectado esa calificación. En el sentido contrario, las etiquetas positivas pueden –no siempre- ayudar en una dirección constructiva.
Son fáciles de reproducir, pues son expresión de un pensamiento simple. "Fulanito es un falso" "Menganito, un facha" "Zutano, un radical" "Perengano, un perro" ... Y si lo escuchamos e inquirimos al afirmante: "Dame ejemplos de ello." Es posible que la contestación sea algo como: "Eso dice todo el mundo", o se nos den una serie de respuestas más basadas en prejuicios y suposiciones negativas del que tal aseveración hace, que en hechos claros y contrastables.
Ya que a lo largo del año tenemos el calendario bien cumplido en cada día con sus efemérides, es posible que pudiéramos añadir otra más y así declarar que un día al año erradiquemos las etiquetas de nuestra vida y todos nos propongamos no usarlas por al menos ese día. Quizá haya personas que en esa jornada tengan poco que decir y hasta algún medio de comunicación no pueda llenar de contenido su web o su periódico, se den descanso por esas horas y así también nos lo den a los demás. Quizá el nivel de salud general aumente con esta sencilla propuesta, pues somos diversos, múltiples, ricos en matices... No una simple etiqueta.
Foto: Ana Jiménez (@ginger_ajm)