Julio Collado

Sostiene Pereira

Julio Collado


No toméis mi nombre en vano

27/11/2024

Sostiene Pereira que debía ser muy niño cuando escuchó por primera vez esa frase que no comprendió sino muchos años después: No tomarás el nombre de Dios en vano. Es decir, falsamente. La he recordado estos días pasados al oír, en estas tierras abulenses, tantos recordatorios y homenajes a Adolfo Suárez. Quizás, nunca se oyó tanto La concordia fue posible, su frase, convertida hoy en talismán en boca de tantos que, por sus hechos, no creyeron ni creen en ella. Resulta que ahora la Transición ha sido subida a los altares y Suárez es su taumaturgo. ¿No estarán confundiendo la necesaria alabanza con la hagiografía por intereses políticos y hasta religiosos? Es decir, ¿no se estarán aprovechando algunos de la herencia política del cebrereño? Ciertamente, Suárez fue un líder valiente y honesto que se enfrentó a unas dificultades enormes, pero, con él, hubo muchos más: sindicatos, partidos, Iglesia (Tarancón al paredón), monarquía, movimientos vecinales y otras asociaciones de ciudadanos y ciudadanas anónimos y con líderes que se la jugaron y tiraron del carro para que España no volviera a embarrancarse de nuevo en luchas intestinas. Y en ese tirar del carro, no todos pusieron el mismo empeño ni cedieron lo mismo en sus derechos y en su manera de ver el mundo.  
En España, se trata muy bien a los muertos y muy mal a los vivos, a los que se los despelleja. Con Suárez está pasando lo mismo. ¿Se acuerdan de los insultos que dedicaron al entonces presidente del Gobierno? Venían de una trinchera y de otra. Sobre todo, de la suya. Hasta el punto de que uno de sus ministros, Pío Cabanillas, acuñó aquella famosa frase: "Cuerpo a tierra que vienen los nuestros". Lo llamaron traidor por legalizar el Partido Comunista en Semana Santa, que nada menos, y tahúr del Mississippi. Y le sacaron chistes como este: En el restaurante: ¿Qué va tomar de segundo? Un Suárez. ¿Cómo dice? Sí, hombre, un chuletón de Ávila poco hecho. Y no quedó ahí la cosa: Los suyos, padres de los que ahora lo santifican, lo abandonaron, tuvo que dimitir de presidente y crear un nuevo partido, el CDS, con unos pocos leales. Le pasó como al Cid que canta Manuel Machado en su poema Castilla: "Por la terrible estepa castellana/ al destierro, con doce de los suyos/, polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga". Hasta tuvo que vender su palacete abulense. 
¿A qué viene tanto encumbramiento y tanto hablar de concordia en su nombre por gentes que hacen lo contrario? Por sus hechos los conoceréis, dice el evangelio. ¿Qué concordia puede predicar el señor Aznar que comenzó su carrera política en AP poniendo en solfa a la Constitución; que echó, de mala forma, a Demetrio Madrid, presidente de la Junta: que su frase preferida fue "Váyase señor González" y que, hace poco, apadrinó eso de "Quien pueda hacer que haga" (para echar, como sea, a Pedro Sánchez). Ya lo dijo Carrillo: "Adolfo Suárez fue crucificado por la derecha española". Ojalá, en vez de tomar su nombre en vano, los mismos que lo encumbran cumplieran en sus acciones con este aserto de Suárez: "Pertenezco por convicción y talante a una mayoría de ciudadanos que desea hablar un lenguaje moderado, de concordia y conciliación".