Hace más de cincuenta años, el grupo de cocineros liderado por los Arzak, Subijana, Irízar, Roteta, Martín Berasategui, Arquiñano y demás miembros, propulsaron una revolución de la cocina tradicional vasca, con la introducción de nuevas formas de cocinar y presentación, muy diferentes a los que estábamos acostumbrados, y se modificó totalmente el panorama de la restauración. Cocciones más cortas, texturas diferentes y variadas, utilización de nuevos de nuevos y antiguos productos, manejo de nuevas técnicas en la cocina, cuidadas presentaciones, en un enfoque muy diferente de lo que era comer en un restaurante hasta entonces, provocaron un cambio radical. Recuperar el recetario antiguo perdido e innovar, eran sus objetivos en principio, aunque posteriormente se amplió a una nueva forma de entender la restauración. Y este movimiento se trasladó rápidamente al resto del país., como una mancha de aceite.
Con la aparición del mediático Ferrán Adrià en El Bulli, y su fulgurante irrupción en el panorama nacional, europeo y mundial, su reconocimiento como el mejor, más innovador y carismático cocinero del mundo, la gastronomía española alcanzó su cenit. La gastronomía pasó a ser tema de conocimiento e información recurrente, la presencia en los medios de comunicación diariamente, consiguió que el mundo de la cocina pasase a ser un tema de conversación habitual. El cierre de El Bulli, y la retirada de Ferrán Adrià, se vivió como una desgracia nacional, como si desapareciera una estrella del panorama mediático, cuando esto no es así, sino simplemente un cambio de actividad de una persona con una creatividad fuera de lo común, que ha decidido orientar sus creaciones de otra forma. La falta de rentabilidad de El Bulli, y las exigencias de una extremada dedicación exclusiva, fueron sin duda, las causas de esta deserción.
Como consecuencia de esto, se han producido muchos cambios en el mundo de la restauración de alto nivel más que discutibles. Los cocineros se han convertido en chefs, como si ser cocinero fuera una deshonra, ir a comer y disfrutar de la comida, ha pasado a ser asistir a una experiencia sensorial, no es posible elegir los platos que prefieras, tiene que ser un menú decidido por el chef, la mayor parte de los platos contienen productos y sabores que no sabes identificar, las cantidades son ridículas, el número de platos es disparatado, a ser posible entre doce y veinticuatro, el tamaño de la vajilla es enorme cuando la cantidad de comida es ínfima, el precio es fijo te guste o no, el tiempo se dilata, porque en cada mini plato hay que cambiar la vajilla y la cubertería e incluso la copa y el vino, el maître te tiene que explicar lo que estás comiendo, como se ha hecho y lo que quiere transmitirte el chef, y el precio se dispara de forma exagerada rondando los doscientos o trescientos euros por cabeza si quieres vino. Todo esto, en la mayor parte de los casos, es un dislate en mi modesta opinión, hay muy pocos restaurantes que puedan justificar estas medidas y precios.
Es fácil de entender, que haya gente a la que no le importe el precio, sobre todo si paga la empresa y no lo hacemos con nuestros dineros, que quieran disfrutar de novedades exclusivas en un ambiente de lujo, o que necesiten agasajar a sus acompañantes por diferentes motivos, algo muy habitual en las grandes ciudades como Madrid. Las comidas de negocios, donde se cierran inversiones o se acuerdan todo tipo de negocios, son los clientes predominantes en los restaurantes de lujo y precio disparatado. No importa el coste, lo primordial es conseguir el contrato.
La mayor parte de los mortales, entre los que me incluyo, decidimos salir a comer o cenar, para comer cosas que nos apetecen en compañía de familiares o amigos, elegir los platos que no tomamos en nuestra casa por diferentes motivos como la falta de tiempo o ingredientes, probar platos de otras regiones o países desconocidos, beber el vino que nos apetezca o conozcamos o que nos ofrezcan como novedad, y sobre todo que no nos arruine la cartera, aunque últimamente hayan subido bastante los precios, por el encarecimiento de la compra, la mejora de las instalaciones, en la mayoría de los casos, y un mayor refinamiento en nuestros gustos.